Vida Sana
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Fidel Castro ha muerto.
No. Todavía está vivo. Pero está en coma. Tampoco. No es un coma, sino que su cerebro se ha vuelto un vegetal y está vivo gracias a esas máquinas de respirar que mantienen a los pacientes con vida aún después de dejar de funcionar todos sus órganos. Nada. La única verdad es que Fidel lleva muchos meses muerto. Y…
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Nadie. Sabe. Nada.
Vea también: La vida de Fidel Castro en fotos.
¿Cómo es posible que en el siglo XXI, cuando vivimos rodeados de todos los adelantos más impresionantes en materia de comunicaciones, podamos estar sumidos tan profundamente en la más absoluta oscuridad respecto a una de las noticias más esperadas en el mundo en las últimas cinco décadas?
El absurdo modelo de protocolo soviético para anunciar noticias sobre sus líderes está aún pertinazmente activo en La Habana, donde el Politburó cubano saca unas cuentas extrañísimas para saber el momento exacto en que debe informar acerca del estado de salud, o de vida o muerte, de sus más altos líderes.
Luego viene la redacción de un comunicado, estructurado meticulosamente para que el país —aunque se encuentre en la más absoluta ruina, como es el caso de Cuba y el de la tristemente célebre URSS— ofrezca la apariencia de un estado civilizado y moderno.
Desde luego, todo eso no es más que un despliegue de payasadas, dado el desprestigio que ha acumulado un país que durante más de 50 años ha gobernado sin mostrar el más remoto asomo de una elección seria o una opción legítima para un pueblo que se encuentra en la más absoluta miseria, no por el cacareado mito del embargo estadounidense, sino por la ineptitud de sus propios gobernantes.
De modo que no se sabe cuál es el verdadero estado de salud de Fidel porque lo primero que muere en un país totalitario es la libertad de prensa, junto con todas las otras libertades.
Se diría que Cuba ha logrado implementar exactamente lo opuesto de la Primera Enmienda de la Constitución de Estados Unidos: No existe libertad de expresión, ni libertad de prensa, ni libertad religiosa, ni libertad de reunirse pacíficamente. La prensa cubana no puede hacer más que desinformar. Las redacciones de sus periódicos y canales televisivos no son más que extensiones de la burocracia totalitaria. Nada se publica que no haya pasado por la censura gubernamental.
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