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Mis 5 etapas de la jubilación

Cómo aprendí a dejar de preocuparme y a amar la vida de jubilada.


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La ex reportera y editora de AARP Katherine Skiba afuera de su casa en los suburbios de Washington, D.C. Se jubiló en abril de 2022 después de una carrera periodística de décadas.
Lexey Swall

Te comparto un pequeño secreto: a los 67 años, me uní a un club de jardinería.

No hace mucho, la idea de recluirme en la sala de una iglesia con un grupo de viudas de pelo plateado que insisten en la nomenclatura botánica correcta (género y especie) habría sido impensable.

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Nunca lo haría. Yo, que fui periodista dura que perseguía historias difíciles, desde tornados hasta triples asesinatos y atentados terroristas.

Sin embargo, aquí estoy, retorciéndome en una silla plegable mientras un orador habla sin cesar sobre cómo cultivar hierbas inusuales para salsas culinarias francesas que nunca prepararé.

¿Cómo he llegado hasta aquí?

Hace dos años me jubilé. Gracias al empujón de una vecina, me uní al club para ampliar mis conocimientos como diseñadora floral. No tenía ningún interés en hacer una salsa bearnesa excepcional, pero quería diversificarme, por así decirlo. (Y me avergüenzo de mí, rubia de tinte, por criticar a las canosas del club).

El Día de los Inocentes del 2022 —no es broma— me jubilé de AARP. Mi trabajo como redactora y editora con la organización se centró en el fraude a personas mayores, y me gratificó ayudar a las víctimas y alertar a otros sobre este estrago desmedido. También escribí sobre la investigación del Alzheimer, los centenarios y las catastróficas consecuencias para las personas mayores en Estados Unidos del incendio de Camp Fire, en el norte de California, entre otros temas.

Tras cuatro décadas de reportajes cargados de adrenalina, mis años en AARP fueron una fase hacia la calma. Ya no estaba de guardia 24 horas al día, 7 días a la semana. Y lo que es mejor, trabajar para una organización sin fines de lucro que representa a 38 millones de compatriotas mayores resultó ser una clase magistral sobre la jubilación. Yo estaba “prejubilada” (en inglés) cuando empecé, y aprendí de los expertos a los que entrevisté y de los colegas con los que hablé para escuchar sus historias sobre salud, condición física, finanzas personales... de todo.

En una reunión de personal a los seis meses de empezar a trabajar, escuché una charla sobre cómo vivir hasta los 100 años. Entre las exhortaciones del orador: tener una “jubilación alegre y divertida”.

Justo después, mi hermano mayor me llamó para informarme que se iba a jubilar. Dado que nos criaron con la mentalidad de siempre trabajar duro, me quedé asombrada. Pero seguí los pasos del orador, y le deseé a mi hermano una jubilación alegre y divertida.

Así se plantó la semilla.

No hay un vivo ejemplo

Quiero dejar claro que no soy un símbolo de la jubilación sancionado por AARP. No existe tal persona. El objetivo de AARP es facultar a las personas para que ellas elijan la forma en que viven a medida que envejecen. Al acercamos al final de nuestra vida laboral, nuestra salud, nuestra familia y nuestras finanzas pueden ser radicalmente distintas de las de cualquier otra persona. La jubilación de cada uno es solo suya.

Elegí el 1.º de abril para jubilarme por dos razones: nunca olvidaría la fecha y, de modo juguetón, quería reírme por última vez al despedirme del horario de 9 a 5, la granja de cubículos, los plazos y las revisiones anuales del rendimiento (que, como profesional maduro, había llegado a aborrecer).

Mis finanzas parecían sólidas. Tenía una modesta pensión del periódico y podía contar con el sueldo de mi marido. Recortaría los gastos domésticos, aplazaría el Seguro Social y no tocaría nuestros ahorros.

Cuando llegó el Día D (Día de la Partida), reí, lloré, escuché homenajes y pronuncié lo que mis colegas llamaron un discurso divertido. Estaba más feliz que un preso que sale de la cárcel. Saldría de la oficina para siempre y me liberaría de las cadenas de la jornada completa. Había trabajado desde niña, primero en el restaurante de mi familia en las afueras de Chicago, que llevaba muchos años en funcionamiento, y más tarde en el comercio minorista y para el Servicio Postal de Estados Unidos, entre otros lugares.

Ah, la soberbia. En los meses siguientes aprendería que, al igual que otras tareas importantes —el duelo, seguir casado, afeitarme las piernas—, la jubilación tiene sus etapas. Estas fueron las mías.

Etapa 1: Euforia

Me había ganado la lotería. Cada mañana podía ignorar la alarma que ponía mi marido y hacer lo que quisiera. Mi vida parecía sacada del guion de Ferris Bueller's Day Off.

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La libertad sabía más dulce de lo que parecía en teoría, y créeme, había leído mucho sobre la jubilación. Los autores de Happy Retirement: The Psychology of Reinvention se preguntan si se considera la jubilación como un momento para explorar nuevos horizontes, poner los pies en la mesa, buscar un sentido o contribuir a tu propio ritmo. Me llamaba descansar y conocer nuevos lugares.

Con el estrés evaporándose cada día, me puse seria con la dieta, aumenté mi régimen de ejercicio y perdí 25 libras. Estaba eufórica por la libertad que tanto me había costado ganar y podía meterme en mis viejos jeans. Pero las lunas de miel, como demuestra la historia, no duran para siempre.

Etapa 2: Conmoción y pavor

La elección del momento lo es todo. Al parecer, había elegido mal. La bolsa se desplomó en el 2022 —al igual que mi confianza— y el país sufrió la peor inflación de los últimos 40 años. ¿Quién era ahora la inocente?

Me jubilé a los 65 años y medio. La calculadora de esperanza de vida (en inglés) de la Administración del Seguro Social dice que, en promedio, una mujer de mi edad vivirá hasta los 87 años. Pero mis antepasados vivieron hasta los 90 años, así que quería ahorros a prueba de balas.

Cambié algunos activos por inversiones de mayor rendimiento, eliminé las banalidades, recorté cupones, busqué gangas y arengué a los comerciantes para que me hicieran descuentos para “personas de la tercera edad” (la única vez que utilizo ese término). Los impuestos estaban mermando mi pensión, que cubría los gastos de Medicare, pero no llegaba muy lejos.

Lamenté tanto la pérdida de mi sueldo como la camaradería de mi “familia laboral”. Entonces recordé haber leído sobre las personas que se “desjubilan” y vuelven al proverbial montón de piedras tras imaginar que nunca volverían a levantar un mazo.

Como había hecho durante años, busqué en las listas de empleo, pero ahora cada vacante parecía hecha a medida para el conejito de Energizer. Me estaba acostumbrando a lo que los italianos llaman “il dolce far niente”, la dulzura de no hacer nada.

Incluso un trabajo a tiempo parcial me parecía tan deseable como comer vidrio, así que me dediqué a escribir por mi cuenta.

Etapa 3: La realidad del trabajo ocasional

Aunque los temas eran interesantes, escribir artículos como independiente parecía un pacto con el diablo. No podía deshacerme de mis tendencias impulsivas y perfeccionistas, así que trabajaba demasiadas horas desde el confinamiento solitario de mi despacho en casa. Los impuestos estatales, federales y del trabajo por cuenta propia que reducían mis míseros ingresos casi me hacían llorar.

Peor aún fue el abucheo de amigos con algunos años de jubilación a sus espaldas. “¿Cuándo te vas a jubilar de verdad?”, se burlaban.

spinner image la autora en su jardín
El jardín de Skiba ha sido uno de los principales beneficiarios de su jubilación mientras ella persigue una pasión tardía por los arreglos florales.
Lexey Swall

Creía que me iba a jubilar, pero la crisis económica me lo impidió. Me sentí como una fracasada.

Etapa 4: Jubilación 2.0

En cuanto mejoró la situación económica, dejé de trabajar por cuenta propia para darle una oportunidad real a la jubilación (y hacer que mis amigos se callaran).

Eso me dejaba tiempo para nadar, restaurar muebles, retapizar sillas, pintar nuestras chimeneas, recibir invitados, hornear, domar mi jardín y llevar al siguiente nivel mi pasión tardía por los arreglos florales. Algunos intentos de reavivar mi lado más blando fracasaron. Confesión verdadera: la máquina de coser que me compré como regalo de jubilación está acumulando polvo.

Cuando no estoy inmersa en la manía de los proyectos para hacer por cuenta propia, me deleito con un buen libro. He aprendido a amar las siestas. Y estoy en las primeras fases de la “limpieza sueca de la muerte”, el arte de poner en orden tu casa para aliviar la carga de tus seres queridos cuando te hayas ido. He tirado un proyecto de libro abandonado y cajas de recortes de periódico amarillentos y copias de artículos. Es una forma de hacer sitio para nuevos proyectos en mi garaje (rebautizado como “mi estudio”) y en mi vida.

Etapa 5: El viaje de la lista de deseos

No me gusta el concepto de una lista de cosas que hacer antes de morir. Quizá porque no quiero parecer codiciosa ni tentar a la suerte. ¿Montar en tirolesa, nadar con tiburones, meter la cabeza en la boca de un león voraz? No es necesario.

Pensé que si tenía una, y solo una, cosa que deseaba hacer antes del final, mis probabilidades de éxito aumentarían. Mi único deseo era visitar los siete continentes. Cuando aterrizara en Sudamérica y la Antártida, subiría al podio de los ganadores.

Así que, cuando vi una oferta en un crucero de renombre para una excursión a la Antártida, pasando por Argentina, mi marido y yo nos lanzamos.

Los interminables océanos, las majestuosas montañas cubiertas de nieve y los icebergs azules que marcan esta vasta naturaleza nos dejaron boquiabiertos. Respiramos el aire más fresco que jamás hayamos inhalado. Hicimos senderismo, navegamos en kayak y escuchamos conferencias sobre la edad de oro de la exploración antártica. Nos hicimos amigos de los guías de la expedición (una mujer que había subido hasta la cima más alta de cada continente) y cenamos con personas que nos contaron sus anécdotas y otras a bordo que cumplían su lista de deseos antes de morir. Esto sí que era la jubilación.

Por supuesto que di el salto polar. ¿Por qué no? Horas de nervios y 30 segundos en agua a 28 grados equivalen a toda una vida de fanfarronadas.

El viaje me enseñó dos cosas: a veces tengo que dejar que mi corazón sea mi brújula. Y por el resto de mis días, no necesito ver otro pingüino.

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Skiba y su esposo, Tom Vanden Brook, frente a la costa de la Antártida en diciembre de 2023, cumpliendo su único objetivo de la lista de deseos.
Katherine Skiba

Todo el mundo tiene consejos para la jubilación

Al entrar en el tercer año de jubilación, sé que mis compañeros jubilados reciben más consejos que los adolescentes, los estudiantes universitarios en prácticas y los futuros padres. Algunos de los consejos de “talla única” me parecieron tontos.

Te aburrirás en tres semanas.

Tienes que hacer al menos tres cosas al día.

Deberías jugar al pickleball.

Veámoslos uno por uno.

Aburrimiento. Es absurdo pensar que un periodista que se precie no encuentre nada que hacer, ver, leer, probar o explorar.

Tres cosas al día. Para mí, eso sería no hacer nada.

Pickleball. Me apunto, pero no he ido. Todavía.

¿Mi consejo? Desempolva viejas pasiones y prueba cosas nuevas. Sigue el ejemplo de los jubilados inteligentes que conozcas. Prepárate para que te pidan que trabajes gratis. Establece límites. Después de toda una vida en la que te han dicho lo que tienes que hacer (y te han pagado por ello), recuerda que “No” es una frase completa.

Es tu vida. Tu jubilación. Tu tiempo. Y el tiempo, dulce tiempo, siempre pasa.

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