Vida Sana
El hombre que habla por zoom conmigo desde su casa de verano en Long Island, Nueva York, se ve en forma, bronceado y atractivamente en necesidad de un corte de pelo. Lleva puesta una camiseta de Muhammad Ali. El temblor es mínimo. Es gracioso, irresistiblemente optimista e infinitamente comunicativo.
La enfermedad de Parkinson tiende a aplastar y dominar a sus víctimas con diferente intensidad, y Michael J. Fox no es una excepción. A pesar de eso, el aura inquieta y traviesa que le ganó por primera vez el cariño del público hace unos 40 años se aprecia con claridad.
En el instante en que aparece mi cara en la pantalla de su computadora, Fox exclama: “¡Ah!... ¡Barbudo, sagaz y paternal!”. (Lo cual, además de dejar establecido que su agudeza continúa presente, es la manera más encantadora que he visto jamás de decir “un tipo gordo que se está quedando calvo”). Cuando le pregunto un segundo después cómo se siente, responde con cierto humor: “Mejor que el promedio, para un humano con el cerebro dañado”. Y así comenzamos.
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Él siempre fue de hablar rápido, su mente avanza a mayor velocidad que la articulación de lo que dice. La enfermedad de Parkinson hace todo lo que puede para reprimir y desdibujar sus palabras, pero Fox simplemente irrumpe, sus pensamientos erupcionan en tandas, que a veces parecen estar pegadas entre sí.
“En cierta forma, soy un fenómeno. Es raro que haya estado tan bien durante tanto tiempo”, admite, antes de advertirme que no haga caso de su aspecto. “La gente con frecuencia piensa que el Parkinson es algo visual, pero la parte visual no es nada. En un día cualquiera, mis manos tal vez apenas tiemblen, o podrían...”. Se mueve para demostrarlo. “Es lo que no se ve, la falta de un giroscopio interno, de un sentido de equilibrio, de percepción periférica. Quiero decir, estoy capitaneando un barco en mares tempestuosos en el día más soleado”.
Toda historia sobre Fox es, en parte, una historia de subestimación, sobre cómo este hombre ha desafiado las expectativas durante más de 30 años. Yo sabía esto cuando le hice una nota para AARP hace cuatro años. Así y todo —y lo admito ante él ahora—, salí de su oficina después de esa entrevista en el 2017 y pensé que estaba muy contento de haber tenido la oportunidad de conocerlo cuando todavía era posible. Él responde con una risa. “Sí, el médico que me diagnosticó en 1991 me dijo que me quedaban diez años de trabajo”.
“Su energía es fenomenal”, dice Nelle Fortenberry, quien es su productora desde hace mucho y trabajó con él en sus cuatro memorias. “A pesar de que el Parkinson es una enfermedad progresiva y limita la capacidad física de una persona, él encontró formas de dirigir su atención a lo que tiene en vez de a lo que no tiene. Así es como pudo incorporar cosas nuevas a su vida —la escritura, el golf— para reemplazar lo que perdió en el camino. Y esas cosas no requieren energía. La generan”.
"... Llegué a la conclusión de que la gratitud permite que el optimismo sea sostenible. Y si crees que no tienes nada por lo cual estar agradecido, continúa mirando. Porque el optimismo no es algo que recibe uno simplemente. No puedes esperar a que las cosas sean fantásticas y entonces estar agradecido por eso. Te tienes que comportar de una forma que estimule eso".
Así es como Tracy Pollan, la esposa de Fox —se conocieron en el escenario de Family Ties, se casaron en 1988 y tienen cuatro hijos—, describe la actitud positiva y dinámica de su marido, como si fuera un arma. “A veces subestimo el poder de su optimismo”, dice, “pero una y otra vez lo he visto usarlo para repuntar en forma arrasadora”.
Y Fox ha arrasado con muchas cosas desde la última vez que AARP habló con él. En el 2018, los cirujanos le extirparon parcialmente un tumor benigno que se había enroscado alrededor de su médula espinal. Cuatro meses después, mientras aprendía a caminar nuevamente —desde cero, “como el cliché de una película”—, se cayó en su casa. Los médicos le estabilizaron el brazo izquierdo fracturado con una placa de metal y 19 tornillos. Fue, literal y figurativamente, un punto de ruptura. Mientras estaba tendido en el piso de la cocina abrumado por el dolor y esperando la ambulancia, Fox dice que tuvo un pensamiento persistente e irritado —¡cuánta m----- en mi vida!— y una pregunta difícil: ¿se había estado engañando, y engañando a otros, sobre la recuperación de la operación y tal vez sobre otras cosas?
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