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Todos los ojos puestos en Río

Tu estadía podría ser mágica en esta ciudad que patrocina los Juegos Olímpicos.

Personas jugando con una pelota en la playa - Todos los ojos puestos en Río

Alexander Spatari/Getty Images

Aunque las predicciones no sean de lo más alentadora, la ciudad en sí será la gracia de las olipiadas.

In English | Los residentes de Río de Janeiro, conocidos popularmente como cariocas, están tan particularmente adaptados a su entorno que podrían verse en apuros para sobrevivir fuera de él. Los habitantes de la ciudad; playeros tenaces infundidos de una alborotada alegría, sobrevivirán fuera de Rio —los he visto en hábitats tan extraños como la Ciudad de Nueva York (en inglés) y en São Paulo, la rival de Río, asfixiada por rascacielos y sin salida al mar,— pero nunca son exactamente iguales.

Es la interacción de los cariocas y su ciudad lo que salvará los Juegos Olímpicos del 2016 de lo que probablemente hayas leído: el virus del Zika, la creciente violencia, las aguas residuales sin tratar en la Bahía de Guanabara, el blanqueo temporal de la brutal pobreza y el extraordinario hecho de que la presidenta de Brasil estará en medio de un juicio político al mismo tiempo que se inauguran los juegos. La ciudad va a lucir hermosa por televisión (es poco probable que los comentaristas de voleibol de playa en las arenas de Copacabana mencionen la pobreza o la política), y aunque los miles de visitantes alcancen a echar una mirada —o a oler— los problemas, todo se verá compensado por la singularidad de este lugar y su gente.

Los inconvenientes logísticos se superarán gracias al encanto de los locales, como ocurrió durante la Copa Mundo de la FIFA en el 2014. A pesar de que la nueva línea de metro podría no estar lista para transportar a los visitantes y atletas entre la playa de Ipanema y la moderna zona occidental de Barra da Tijuca, la sede del Parque Olímpico y de la Villa Olímpica, los visitantes no sabrán lo que se pierden. Con la presencia de tantos policías en las calles y después de retirar a los indigentes de la vista pública, al menos habrá una ilusión de seguridad.

Si esto parece improbable, ten en cuenta la existencia misma de Río, una ciudad de 6 millones de personas esparcida sobre exuberantes colinas y montañas, una clase rica y media que vive en torres atestadas entre las montañas y la costa, mientras que los pobres residen en las brutales aunque pintorescas favelas (barrios pobres) que se extienden de manera ilegal por las laderas semihabitables, vulnerables a mortales deslizamientos de tierra y consideradas por las clases más ricas tanto una plaga como una valiosa fuente de mano de obra barata.

Añade a eso la rica historia cosmopolita de Río; fue la única ciudad colonial en convertirse en una capital imperial, reemplazando a Lisboa cuando la familia real portuguesa salió huyendo mientras las tropas de Napoleón los cercaban a finales de 1807. Fue la capital política independiente de Brasil hasta 1960, y su capital creativa hasta mucho después, al ser la cuna de la samba moderna, el bossa nova, la música Tropicalia y el centro de la celebrada industria de las telenovelas del país. (Quizás no sepas nada de las telenovelas brasileñas, pero los latinoamericanos, los rusos y los chinos sí que las conocen).

Por último, ten en cuenta la gran experiencia de los cariocas como anfitriones profesionales y organizadores de fiestas. Se han llevado a cabo una serie de grandes eventos en Río, como la Copa Mundo, la Conferencia de Río+20 sobre el desarrollo sostenible en el 2012, el Día Mundial de la Juventud en el 2013, por no hablar del festival musical Rock en Río, las megafiestas del Carnaval y las de Año Nuevo que arrastran a millones a las calles.

Aunque los cariocas admiten que el panorama gastronómico (en inglés) es mejor en São Paulo, Río ha añadido algunos restaurantes contemporáneos de lujo, como Roberta Sudbrack, en el exclusivo Jardim Botânico, y Lasai, que está más cerca del centro de la ciudad en Botafogo. Pero el alma de la ciudad se vive en los botecos, alegres bares para todas las edades con servicio en la mesa y que ofrecen menús variados y cervezas heladas de barril conocidas como chopes, a menudo en mesas al aire libre. No todos los bares tienen buena comida; evita las cantinas de barrio, llamadas pé-sujos (literalmente "pies sucios") si piensas comer. La música está casi en todas partes, en interiores y exteriores. Las calles de Lapa están atestadas de jóvenes casi todas las noches, y hay un montón de lugares menos congestionados dispersos por toda la ciudad.

Durante el día —además de los eventos deportivos, por supuesto— los visitantes encontrarán una ciudad que es en cierto modo aún más encantadora de lo que ha sido en el pasado, especialmente en la zona portuaria de la ciudad, que solía estar deteriorada y ser peligrosa para los visitantes. La ciudad ha pasado los últimos años reacondicionando y construyendo nuevos y sorprendentes museos, como el Museo del Mañana, diseñado por Santiago Calatrava, con énfasis en temas de la ciencia y la sostenibilidad, y el MAR, Museo de Arte de Río, un poco más viejo.

Los visitantes no pueden evitar dejarse llevar por la energía, la belleza y la sensualidad casi mágicas de la ciudad. No importa el motivo que me lleve a Río —para celebrar o para escribir sobre los aspectos oscuros de la vida allí— todavía siento un nudo en la garganta la primera vez que paso por la laguna Rodrigo de Freitas, echo un vistazo a la estatua art deco del Cristo Redentor que se impone sobre la ciudad desde lo alto de la montaña Corcovado, pido mi primer cremoso y agridulce jugo de guanábana en uno de los tantos puestos de jugos saludables, o me integro a las multitudes que socializan en la playas. Hay muchísimas franjas de playas más agradables, más aisladas en el planeta —y otras ciudades con playa, por supuesto, como Miami o Honolulú— pero sus arenas no son el centro social y espiritual de la ciudad. En Río, la lluvia en un fin de semana puede provocar una evidente depresión municipal.

Así que, salvo que ocurra una gran tragedia (tal vez como resultado del apuro en los trabajos de construcción previos a los juegos) los Juegos Olímpicos serán un éxito, al menos en opinión de los visitantes y de los millones que los verán por televisión en todo el mundo. Muchos de los que estarán frente a la pantalla soñarán con viajar a Río algún día. Mezclados entre ellos estarán los cariocas en exilio en Nueva York, São Paulo o en otros lugares, preguntándose (por lo menos a través del borroso lente de la nostalgia) por qué se fueron de Río.

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