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Crecimiento personal luego de una crisis en la mediana edad

Hacia la mediana edad, muchos de nosotros habremos sido puestos a prueba por una situación traumática. ¿Qué es lo que hace que algunos salgamos más fortalecidos que nunca?


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El accidente aéreo conocido como el “milagro sobre el Hudson” cambió para bien la vida de Dave Sanderson.
Chris Crisman

Sesenta segundos después del decolaje, Dave Sanderson escuchó la explosión.

“Nunca había escuchado nada semejante en un avión”, recuerda. “Estaba sentado cuatro filas por detrás del ala izquierda. Miré hacia afuera y vi fuego”.

Sanderson, de 53 años, volaba seguido por su trabajo como gerente de ventas de software de Oracle, y no entró en pánico. “Lo primero que pensé fue que habíamos perdido un motor”, comenta. “Creí que retornaríamos a La Guardia y aterrizaríamos”.

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Esto es lo que Sanderson no sabía: el vuelo 1549 de US Airways había embestido una bandada de gansos, inutilizando ambos motores. Lo que sucedió después, aquel día de enero del 2009, fue pronto llamado el “milagro sobre el Hudson”: el comandante de la aeronave, Chesley B. “Sully”" Sullenberger III, se las arregló para guiar el aparato averiado hacia el gélido río Hudson y realizó un extraordinario amerizaje de emergencia.

Cuando el jet golpeó las aguas, el impacto rompió el asiento de Sanderson y el agua comenzó a ingresar en la cabina. Pero su primera reacción instintiva fue permanecer a bordo para ayudar a salir a los demás pasajeros: “Recordé a mi madre, de niño, diciéndome: ‘Si haces lo correcto, Dios cuidará de ti’”.

Para cuando Sanderson logró llegar a una salida, las alas del avión estaban parcialmente sumergidas. Saltó a las gélidas aguas y comenzó a nadar hacia un bote de rescate. “Dos personas en una lancha me alcanzaron y me sacaron. Tenía tanto frío que no sentía nada”, señala. “Cuando alcanzamos la costa, tres personas me recibieron: dos paramédicos y un muchacho con una manta de la Cruz Roja Americana”.

Sanderson estaba ileso, pero algo en él había cambiado. Comenzó a hablar sobre su experiencia en eventos para recolectar fondos para la Cruz Roja. El año pasado, renunció a Oracle para dedicarse a recolectar fondos y a dar charlas. Ha ayudado a recolectar más de $7 millones para la Cruz Roja, y también está trabajando en un libro. “El accidente cambió mi perspectiva”, sostiene. “Comencé a programar mi vida en función de mi familia en vez de hacerlo en función de mi trabajo”.

Sanderson experimentó una situación particularmente dramática, el tipo de problema grave e inesperado que, eventualmente, todos sufrimos. La mediana edad es la época ideal para estos traumas: es la época de las pérdidas de empleo repentinas, divorcios, fallecimiento de seres queridos y toda clase de alarmas sanitarias, desastres y percances. Puede que a Hollywood le encante una buena historia sobre la típica crisis de la mediana edad que le cambia la vida al personaje, producto de la ansiedad que provoca el volverse viejo, pero las investigaciones llevadas a cabo muestran que la mayoría de esas crisis son, en cambio, disparadas por situaciones externas al individuo.

Los traumas a la mediana edad pueden hacernos descarrilar… o impulsarnos a recuperar y rehacer nuestras vidas. “Hacen que la gente llegue más alto y más profundo, preguntándose qué está sucediendo y cómo encararlo”, dice Richard Leider, orientador profesional y coautor del nuevo libro de AARP Life Reimagined: Discovering Your New Life Possibilities.

Leider dice que, a veces, estos traumas pueden llevarnos a tomar riesgos: “La gente quiere ser más auténtica en la segunda mitad de la vida. Quieren opinar respecto de todo y vivir su propia vida, no la que fue prescrita para ellos por sus padres o por la sociedad. Quieren que su vida importe”.

En 1995, Lawrence Calhoun, profesor de Psicología en la University of North Carolina, en Charlotte, ayudó a acuñar la expresión “crecimiento postraumático” (PTG) para este fenómeno. “No tiene que ver solo con ser resiliente”, sostiene. “La resiliencia es cuando recibes un golpe, tambaleas y luego te vuelves a levantar. El crecimiento postraumático es diferente: cuando te vuelves a levantar, estás transformado”.

Como su bien conocida afección hermana, el trastorno por estrés postraumático (PTSD), el crecimiento postraumático no se desarrolla en todo aquel que experimenta un choque emocional que le cambia la vida, explica Calhoun. “Un hallazgo consistente entre quienes experimentan crecimiento postraumático es un conjunto de circunstancias que ‘conmueven su mundo’ y que los lleva a enfrentar cuestiones que nunca habían enfrentado, o a descubrir que el mundo no es tal como ellos lo entendían. La gente piensa: ‘Esto tiene que haber sucedido por alguna razón… no tiene ningún maldito sentido para mí, pero necesito intentar lidiar con esto para encontrarle algún significado’”.

Esa lucha puede inspirar un crecimiento personal profundo y duradero: después de un trauma, algunas personas se tornan más compasivas respecto de los problemas de los demás, inician nuevas carreras y cambian su modo de ver el mundo y su personalidad. Su relación con los demás se hace más profunda y pueden llegar a procurar una dimensión espiritual más intensa en sus vidas. La pregunta es: ¿Por qué algunos de nosotros sucumbimos ante lo traumático, mientras que otros emergen más fortalecidos que nunca?

spinner image Eva Leivas-Andino con su hijo Paolo
Eva Leivas-Andino se descubrió transformada por las dificultades de su hijo Paolo.
Chris Crisman

De la revelación al cambio notable

No todos los traumas llegan junto con el drama propio de un accidente aéreo. Para Eva Leivas-Andino, llegó una noche de 1997 mientras se encontraba en el teatro con su hijo Paolo. Al caer el telón de Gross Indecency: The Three Trials of Oscar Wilde (Ultraje a la moral: los tres juicios de Oscar Wilde), una obra sobre el encarcelamiento por homosexualidad del escritor, Paolo comenzó a llorar desconsoladamente. “Paolo se levantó y desapareció, así que yo salí al vestíbulo”, cuenta Leivas-Andino, que hoy tiene 70 años. “Cuando regresó, unos 10 minutos más tarde, se podía ver que había estado llorando. Él me dijo: ‘Han pasado cien años y nada cambió’”.

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Leivas-Andino ya sabía que Paolo, que entonces tenía 28 años, era gay. Él lo había confesado ocho años antes, pero no había tenido el efecto esperado. “Yo quería que se supiera y que fuera un tema de discusión”, comenta hoy. “En cambio, se convirtió en un tema tabú”.

En aquel entonces, recuerda Leivas-Andino, “lo único que podía pensar era: ‘¿Qué haré con esto? ¿Qué va a pensar la gente de mí?’. Estaba horrorizada y asustada. Me enfoqué solo en mí”.

Pero esa noche colapsó la represa: madre e hijo fueron a un restaurante y pidieron una botella de vino; Paolo confesó lo desesperado y solitario que había crecido antes de declararse homosexual en su conservador hogar cubano-estadounidense de Miami. Para Leivas-Andino, la angustia de Paolo revelaba algo terrible respecto de ella. “Dejé a este muchacho totalmente solo y abandonado mientras él estaba pasando por esto”, dice. “Ese día tomé conciencia de que le había fallado a mi hijo”.

Esa dolorosa verdad le enseñó a Leivas-Andino una nueva forma de seguir la vida. Se abrió ante sus amigos respecto de Paolo y supo, a través de un vecino, acerca del YES Institute, una organización sin fines de lucro de Miami que trabaja en la educación sobre orientación sexual y la prevención del suicidio juvenil. Leivas-Andino tomó un curso de comunicaciones de dos días de duración, y después se ofreció como voluntaria en el lugar. Eso la llevó a obtener un trabajo a tiempo completo en YES; 15 años después, es la directora de finanzas de la organización. Hoy se maravilla por los cambios que ha experimentado. “Si nada de esto hubiera sucedido, —dice— probablemente estaría jugando bridge”.

“Verla cambiar ha sido lo más lindo”, asegura Paolo, de 43 años, quien se desempeña como actor en Los Ángeles. “Esto se ha convertido en la tarea y la misión de su vida”.

Hoy, los investigadores están estudiando el modo en que algunas personas se las arreglan para transformar los traumas en este tipo de crecimiento. “Una tragedia puede ser vista desde múltiples ángulos”, dice la psicóloga Barbara Fredrickson, de la University of North Carolina, en Chapel Hill. “La forma de descubrir emociones positivas y emerger como una mejor persona es pudiendo encontrar esos ángulos que te permiten ver, por mínimo que sea, lo bueno”.

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Las personas de edad avanzada pueden estar en ventaja a la hora de hacer esto.

“Este es uno de esos espacios donde la edad tiene sus ventajas”, dice Fredrickson. “Los adultos mayores experimentan relativamente más emociones positivas en comparación con las personas más jóvenes, lo que los posiciona mejor para poder recuperarse. Y más recientemente, los estudios realizados muestran que los adultos mayores están mejor capacitados para aceptar situaciones negativas: tienen menos volatilidad emocional”.

Pero el positivismo no necesariamente se traduce en felicidad, nota Calhoun: “Ten en cuenta que el crecimiento no lleva a una reducción proporcional de la angustia o el sufrimiento. El solo hecho de que una madre afligida cambie de profesión no significa que no siga extrañando a su hijo y llorando todas las noches. Nuestra mejor presunción es que el crecimiento y la angustia son independientes”.

Eso es lo que aprendió Mark Noonan, ocho años después de experimentar una trágica pérdida. Noonan era un ejecutivo corporativo de Portland, Oregón, en viaje de negocios a China, cuando recibió un llamado telefónico: su esposa, Carrie, se había caído de una escalera en su casa y sufrió una lesión fatal en la cabeza. Tenía apenas 50 años; Noonan, 52.

La muerte de su esposa “simplemente generó un enorme agujero negro en mi vida”, señala. Pero también lo forzó a enfrentar su creciente insatisfacción profesional. “Me había impulsado el asegurar una jubilación para mi esposa y para mí, y lo que haríamos en esa etapa. Cuando eso se derrumbó, la pregunta pasó a ser: ‘¿Puedo seguir adelante o no?’. Para mí, fue como un renacimiento. Me dejó pensando: ‘¿Por qué estoy haciendo esto? ¿Cuál es mi objetivo en la vida?’. Sencillamente perdí el deseo de permanecer en el mundo corporativo”.

Cuando un amigo mencionó un nuevo programa de grado en gerontología de un centro de formación superior de Portland, algo hizo clic. Noonan obtuvo una diplomatura en el programa, título que complementó seguidamente con varias pasantías en organizaciones sin fines de lucro locales (incluida la oficina estatal de AARP Oregón). Finalmente aceptó un cargo como director de difusión en Elders in Action, un grupo local no lucrativo dedicado a defender los derechos de los adultos mayores. “Ocurren muchas tragedias que hacen que la gente salga y se replantee la vida”, dice Noonan, quien ahora tiene 60 años. “La mía desafortunadamente tuvo que ver con la pérdida de mi esposa, algo que jamás superaré. Pero ha sido catalizadora, y me ayuda a comprender lo que están atravesando otras personas cuando traspasan nuestra puerta”.

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El huracán Katrina tuvo un impacto inesperado en Alice Graham.
Chris Crisman

El crecimiento postraumático se convierte en altruismo

De manera similar, lo que para Alice Graham era el trabajo de su vida se vio alterado debido a una situación traumática. En su caso, fue, literalmente, un desastre: el huracán Katrina. Sin embargo, la tormenta no destruyó su casa sino su convicción de larga data respecto del estado de Misisipi.

En el 2005, Graham llegó a Ocean Springs, una pequeña ciudad sobre la Costa del Golfo, en Misisipi, con siete estudiantes del Hood Theological Seminary de Salisbury, Carolina del Norte, donde se desempeñaba como profesora. Graham tenía 62 años y era la primera vez que pisaba Misisipi, un estado cuyo legado de racismo la había torturado por mucho tiempo. Ella tenía 9 años cuando el joven Emmett Till, de 14, fue asesinado en Misisipi por, supuestamente, haber coqueteado con una mujer blanca. Para una niña afroestadounidense de Chicago, la ciudad natal de Till, “fue una experiencia determinante en cuanto a la forma en la que me relacioné con el Sur”, dice Graham. “En aquel momento, me dije firmemente que jamás iría a Misisipi”.

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Sin embargo, a Graham le afligía lo que estaba ocurriendo en Misisipi después de Katrina. Organizó un curso que brindaba a los estudiantes la oportunidad de participar de un viaje de una semana para ayudar a los damnificados. Camino a la Costa del Golfo, volvieron a aparecer viejos temores. “Estábamos viajando en la camioneta y, de repente, tomé conciencia de que estaba yendo a Misisipi. Estaba muy ansiosa al respecto, porque llevaba estudiantes negros y blancos”.

En un restaurante repleto de clientes blancos, la mesera notó las placas de identificación del grupo de socorristas y preguntó de dónde provenían los visitantes. “Cuando le dijimos que habíamos venido como voluntarios, ella lo hizo público a todos los presentes”, dice Graham. “Y todo el restaurante empezó a aplaudir. Eso echó por tierra el mito con el que yo había vivido. Es un instante que te atrapa, y el tiempo se detiene. Me di cuenta de que la idea que se había formado en mi mente ya no era real”.

Graham se jubiló anticipadamente, a los 64 años, y se mudó a la Costa del Golfo. Hoy, con 68, es directora ejecutiva de Interfaith Partnerships, una organización sin fines de lucro que trabaja en la preparación contra desastres naturales y la erradicación de la pobreza. “Ciertamente, jamás habría considerado mudarme a Misisipi bajo ninguna circunstancia. Simplemente no estaba en mi mente, como tampoco lo estaba el dirigir una organización comunitaria”, señala. “Lo que más me sorprende es que parece que lo hago bien, y es profundamente satisfactorio”.

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Un derrame cerebral llevó a Andrew Revkin a reconocer sueños y prioridades en su vida.
Chris Crisman

El crecimiento postraumático con frecuencia adopta formas altruistas, dice Calhoun. Es uno de los varios factores que él y sus colegas han identificado entre quienes experimentan el crecimiento postraumático. Otro factor similar: reconocer nuevas prioridades en tu vida. Eso describe el trauma que sufrió Andrew Revkin mientras trotaba el fin de semana del 4 de Julio, en el 2011.

Revkin, un periodista ambientalista y educador que sufrió un derrame cerebral cuando tenía 55 años y hoy escribe en el blog Dot Earth del New York Times, tuvo que parar, agacharse y colocar las manos sobre sus rodillas. “Mi ojo izquierdo estaba raro: era como mirar a través de una cortina estampada”, cuenta. Terminó en el hospital con una obstrucción en la arteria carótida; inesperadamente había sufrido un derrame cerebral que lo dejó imposibilitado de usar su mano derecha.

Para un periodista que usaba un teclado para escribir todos los días, fue un verdadero llamado de atención. Pero el derrame también afectó su otro pasatiempo predilecto: la música. Revkin ha estado escribiendo e interpretando piezas para guitarra, mandolina y banjo desde la década de 1990 en forma paralela a su carrera periodística. Pero nunca se había tomado la música seriamente. “Todos tenemos sueños de uno u otro tipo”, señala. “Siempre amé la música, pero era un poco vago como para grabarla”.

Eso cambió después de su derrame cerebral. Mientras Revkin trabajaba para recuperar el uso de su mano, comenzó a reaprender a tocar la guitarra haciendo escalas, e hizo planes para grabar su música. El año pasado publicó su primer álbum, una selección de 10 canciones originales llamada A Very Fine Line. Si bien no renunció a su trabajo diurno, mantiene la música incorporada a su vida, y ya está trabajando en un nuevo álbum. “Para mí, el periodismo es importante, pero no es una fuente de placer”, explica. “La música, en cambio, siempre me resultó placentera. No voy a hacerme rico con ella, pero como compositor uno quiere asegurarse de que tenga alguna relevancia”.

Revkin dice que le llevó alrededor de un año conectarse emocionalmente con lo que había pasado: “Me distancié de mi mortalidad intelectualizándola. Estuve escribiendo en el blog desde la mañana en que me desperté con una mano inutilizada. Pero me dejó con una oscura sensación, como de estar corriendo por un pasillo, abrir una puerta y ver un monstruo… y cerrar la puerta justo a tiempo”.

Conviértete en una mejor versión de ti mismo

Pero ¿disparan verdaderamente estos traumas un crecimiento transformador, o simplemente acentúan rasgos que ya estaban allí? Es tema de debate entre psicólogos. “Si leyeras algo de lo que se ha escrito al respecto, te preguntarías si la gente debería someterse a una situación traumática para poder experimentar un crecimiento personal”, nota Gerard Jacobs, psicólogo clínico que dirige el Disaster Mental Health Institute en la University of South Dakota. “No lo recomendaría como una manera de mejorarse a uno mismo”.

El trabajar con víctimas de accidentes de aviación ha llevado a Jacobs a concluir que mucho depende de cómo era la persona antes de que sufriera el trauma. “Eso es lo que se pierde en la investigación”, afirma. “¿Quiénes eran estas personas que experimentaron un crecimiento?”. Jacobs cita el caso de Dave Sanderson, el vendedor de software que se transformó en benefactor después del “milagro sobre el Hudson”. La reinvención de Sanderson no resulta tan sorprendente cuando uno recuerda que, después de todo, él fue el último pasajero en salir del avión, el que se quedó para ayudar a escapar a los demás. Su trauma sacó a relucir un rasgo de personalidad existente.

Sanderson concuerda. No sufrió una verdadera transformación… simplemente es mejor.

“Ahora vivo mis propias fortalezas; tengo otro nivel de confianza”, dice. “Todos pasan momentos duros en la vida. Ahora tengo cierta confianza cuando las cosas se complican. Me digo a mí mismo: ‘Sabes, tengo bastantes recursos. Ya encontraré una salida’”.

El periodista y autor Mark Miller es especialista en jubilación y el envejecimiento.

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