Vida Sana

Hace casi 40 años que entro y salgo diariamente de un hospital y durante ese tiempo son muchas las cosas que he visto en ellos: momentos exultantes en las salas de parto, momentos de profunda tristeza en las salas de oncología. Pero también he visto momentos de sorpresa, hostilidad y resentimiento al decirle a un paciente que su internamiento en el hospital ha resultado en el desarrollo de una grave infección intrahospitalaria.
“¿Pero cómo puede haber sucedido esto en este hospital que se supone que es uno de los mejores de la región? ¿No se supone que el hospital existe para curarnos de las infecciones? ¿Doctor, cómo me puede decir que, en este hospital, mi madre ha cogido una bacteria resistente a todos los antibióticos?”. Estas son las preguntas que hacen los familiares y pacientes.

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Cuesta, entonces, tener que informarle al paciente que su caso es uno de los 648,000 episodios anuales de infecciones intrahospitalarias que ocurren en Estados Unidos, y que apaga la vida de ocho personas por hora en el país.
La sorpresa los invade cuando uno les dice que esas infecciones intrahospitalarias son causadas por bacterias que viven en el hospital y que se han vuelto resistentes a todos los antibióticos existentes, precisamente por el uso indiscriminado de esos importantes medicamentos.
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