Vida Sana
Lori Kubitz se despertó a las 4 de la mañana “como si hubiera escuchado una alarma en el cerebro”. Apenas podía respirar. El dolor en el pecho parecía una hoguera. Le dolía tanto la mandíbula que sentía que le iba a estallar. Cuando amaneció en su cabaña junto al lago de Pelican Rapids, Minnesota, su esposo la llevó enseguida al hospital más cercano, a unos 30 minutos de distancia.
“Tenía miedo”, comenta. Su padre había muerto de un ataque al corazón.
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Sin embargo, Kubitz tenía solo 54 años. No fumaba. Su nivel de colesterol era normal, el peso y la presión arterial “solo un poco” altos. “Pensaba que los ataques cardíacos ocurrían entre los fumadores empedernidos, la gente con 50 libras de sobrepeso y las personas de 70 a 89 años”, explica.
Pero cuando llegó al hospital, los análisis de sangre y los estudios de imágenes cardíacas confirmaron su peor temor. La arteria descendente anterior izquierda, la más grande del corazón, tenía una obstrucción del 99.9%. “Me llevaban en camilla al quirófano”, recuerda. Pensé: “¿Voy a morir?”
El inesperado ataque cardíaco que sufrió Kubitz es un ejemplo de una nueva y aterradora realidad. Después de décadas de continua disminución, las cardiopatías —durante mucho tiempo la primera causa de muerte y la tercera de discapacidad en el país— están resurgiendo con consecuencias nefastas y, con frecuencia, mortales.
El retorno del asesino
En 1948, el presidente Harry Truman aprobó la Ley Nacional del Corazón, con la que se creó el Instituto Nacional del Corazón, ahora llamado Instituto Nacional del Corazón, los Pulmones y la Sangre. Truman también financió el histórico Framingham Heart Study, el estudio poblacional de enfermedades del corazón más prolongado del mundo.
Gracias a los avances en la investigación y el tratamiento, durante las seis décadas siguientes fuimos ganando la guerra contra las cardiopatías. Las muertes por ataques cardíacos, insuficiencia cardíaca, trastornos del ritmo cardíaco y otras enfermedades de este tipo descendieron un asombroso 69% entre 1950 y el 2009. Sin embargo, en los últimos tiempos, las buenas noticias se han visto opacadas por importantes retrocesos.
“Por primera vez en décadas, nos enfrentamos a una crisis en cuanto a la reducción de la expectativa de vida”, afirma la Dra. Sadiya Khan, cardióloga y profesora adjunta de Medicina y de Medicina Preventiva en la Facultad de Medicina Feinberg de la Universidad Northwestern en Chicago. Las noticias pueden identificar la COVID-19 y la crisis de opioides como las causas de este cambio en la expectativa de vida general, pero un informe (en inglés) que los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) publicaron en el 2022 también menciona el aumento de los índices de mortalidad por enfermedades cardíacas como una de las principales razones de esa disminución.
Entre las nuevas tendencias en cuanto a la salud cardíaca que preocupan profundamente a Khan y a otros cardiólogos:
- “Cada vez mueren más adultos jóvenes y de mediana edad a causa de las enfermedades del corazón. Entre los años 2010 y 2020, los índices de mortalidad por enfermedades cardíacas aumentaron un 8.5% entre los adultos de 45 a 64 años”, afirma el Dr. Stephen Sidney, director de clínicas de investigación de Kaiser Permanente Northern California.
- También se registran cifras récord de muertes entre los adultos mayores. Las muertes por cardiopatías entre la población nacional mayor de 65 años aumentaron de 475,097 en el 2011 a 556,665 en el 2020 (aún no existen datos más recientes). Resulta interesante señalar que los índices generales de mortalidad por cardiopatías disminuyeron en esos años; sin embargo, el gran aumento de la población mayor del país implica un aumento en la cifra total de muertes.
- La pandemia de COVID-19 reforzó la reaparición de las enfermedades cardíacas. En el 2020 y el 2021, las muertes por ataque cardíaco aumentaron hasta un 21% entre las personas de 45 a 64 años y un 17.9% entre las de 65 años o más, según un estudio que llevó a cabo el Centro Médico Cedars-Sinai. Eso podría ser simplemente un efecto secundario del prolongado legado de la pandemia, que incluye el aumento de peso, la inactividad y el estrés. No obstante, el propio virus podría estar desempeñando una función directa: un estudio a gran escala del 2022 constató la persistencia de riesgos cardíacos un año después de la infección por COVID-19. La Dra. Larisa Tereshchenko, cardióloga de la Clínica Cleveland, declaró a la revista Science que contraer COVID-19 podría convertirse en el principal factor de riesgo de futuras cardiopatías.
Más allá de los ataques cardíacos
En el 2011, el diseñador gráfico James L. Young II estaba en un estacionamiento de Detroit cuando se quedó sin aliento. Tenía solo 40 años. Pero los años de tabaquismo, cerveza y abundante comida rápida le habían causado alta presión arterial, diabetes tipo 2 y enfermedades renales.
Acabó en la sala de emergencias de un hospital. “El cardiólogo de planta me dijo: 'Si hubieras esperado una semana más para venir, estaríamos hablando de ti en tiempo pasado'. Eso fue una advertencia”.
Young no estaba sufriendo un ataque al corazón. Tenía insuficiencia cardíaca congestiva, un trastorno en el que el corazón no puede bombear sangre con eficacia. Los médicos recomendaron colocarle un marcapasos. “¿Qué otra opción tengo?” preguntó Young. El cardiólogo le dio un mes para mejorar la actividad cardíaca mediante la pérdida de peso y el ejercicio físico. Cambió el tocino del desayuno por col rizada salteada, dejó de fumar y de beber, renunció a la comida rápida y comenzó a caminar. Al principio, solo recorría una cuarta parte de la pista de atletismo de una escuela secundaria local. Pero pronto llegó a recorrer entre 10 y 12 millas al día mientras escuchaba música house con los auriculares.
Con el tiempo, Young bajó de peso, redujo su medicación, corrió un par de medias maratones y volvió a la universidad. Ahora, con 51 años, es estudiante de posgrado de Salud Pública en la Universidad Purdue y embajador nacional de la Asociación Americana del Corazón, y además comparte su historia personal y forma parte de un comité que adjudica fondos a investigadores de enfermedades cardíacas. “Beber, fumar y comer en abundancia eran como mis curitas”, dice Young. “Tuve que aprender a valorarme como ser humano”.
Young comprobó que las enfermedades cardíacas no consisten solo en ataques al corazón. Es una amplia categoría de trastornos que abarca los vasos sanguíneos, el músculo, el sistema eléctrico y las válvulas, así como la actividad del corazón. (Por eso, los coágulos en las venas de las piernas son técnicamente un tipo de enfermedad cardiovascular). Dicho esto, las principales manifestaciones de las enfermedades cardíacas incluyen:
- Enfermedad de las arterias coronarias, cuando la placa estrecha u obstruye los vasos sanguíneos que transportan oxígeno y energía al músculo cardíaco; esta es la causa típica del ataque cardíaco.
- Trastornos del ritmo cardíaco (como la fibrilación auricular o A-fib), cuando el sistema eléctrico propio del corazón deja de funcionar con normalidad, lo que hace que los latidos sean erráticos, demasiado rápidos o demasiado lentos.
- Anomalías de las válvulas e insuficiencia cardíaca, que se producen cuando el corazón pierde la capacidad de bombear con eficacia, con frecuencia debido a un ataque cardíaco, a la alta presión arterial, a la diabetes o a las enfermedades de las arterias coronarias.
Las enfermedades cardiovasculares también incluyen el derrame cerebral, que se produce por obstrucciones o hemorragias en los vasos sanguíneos del cerebro. En total, se calcula que en el 2022 las enfermedades cardiovasculares cobraron más de 650,000 vidas en el país. (Es decir, alrededor de una de cada cinco muertes). Según los CDC, se calcula que cada año 2.5 millones de personas sufren un ataque cardíaco o se someten a una intervención para desobstruir o desviar las arterias coronarias obstruidas, y otros 7 millones viven con dolor torácico a causa del estrechamiento de esos vasos sanguíneos.
Según un informe del 2021 de la Asociación Americana del Corazón, en general, el 77.5% de los hombres y el 75.4% de las mujeres de 60 a 79 años padecen alguna forma de enfermedad cardiovascular, y entre los que tenemos 80 años o más, esa cifra asciende al 90%.
Triunfo y derrota
Las enfermedades cardíacas no siempre estuvieron entre las principales causas de muerte. De hecho, eran poco frecuentes en el país en 1900, cuando la expectativa de vida era de unos crueles 47.3 años y la neumonía, la gripe y otras infecciones eran las principales causas de muerte. Pero el descubrimiento de las vacunas y los antibióticos contribuyó a que las infecciones y las lesiones habituales fueran menos letales. Al mismo tiempo, se produjo otro cambio radical en el ámbito de la salud: el aumento de la vida insalubre. Durante la Segunda Guerra Mundial, las personas empezaron a fumar más, a permanecer más tiempo sentadas en el trabajo, a consumir más grasas saturadas... y nos apasionamos por el azúcar y los alimentos procesados. El resultado: las arterias coronarias de incontables millones de personas quedaron tapizadas de placas de grasa viscosa.
Entre 1940 y 1948, las muertes por enfermedades cardíacas aumentaron un 20%. Esa nueva crisis motivó al presidente Truman a financiar la Ley Nacional del Corazón y el estudio Framingham Heart Study. Cuando los investigadores comenzaron el estudio, se sabía tan poco sobre las cardiopatías que su presupuesto, curiosamente, incluía dinero para ceniceros de oficina.