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¿Puede el aislamiento causar la muerte de adultos mayores en centros de cuidados?

Cinco meses de confinamiento debido a la COVID-19 han creado una crisis de salud mental.


spinner image A la izquierda una saludable Helen en mayo y a la derecha Helen en julio con su salud deteriorada
Izquierda: Helen, de 99 años, en mayo. Derecha: Helen en julio, después de que su salud se deterioró con rapidez durante el confinamiento relacionado con la COVID-19; ahora recibe cuidados para enfermos terminales.
Cortesía de LORRI EVANS

En febrero, la madre de Lorri Evans caminaba el equivalente a cuatro cuadras, dos veces al día, alrededor del centro de atención para trastornos de la memoria donde vivía en Santa Cruz, California. “Usaba un andador para apoyarse”, dice Evans, “pero las piernas le funcionaban bastante bien para alguien que tiene 99 años”.

“Hace solo un año, bailó en la boda de mi hija”, cuenta Evans sobre su madre, Helen. “Pero ahora, ha caído en un abismo”.

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Cuando la pandemia del coronavirus empezó en Estados Unidos y los centros de cuidados a largo plazo se cerraron al público, Helen permaneció confinada durante meses en el segundo piso de su complejo, donde estaba ubicada su habitación. Dejó de caminar al aire libre y perdió la movilidad; ya no se levantaba de la cama. Su mente, que ya luchaba contra la demencia, también se deterioró.

En mayo, empezó a recibir cuidados para enfermos terminales. En julio, Evans la trasladó a su hogar para lo que piensa que serán los últimos meses de la vida de su madre.

“Estoy segura de que se habría deteriorado un poco, pero sé internamente que el aislamiento aceleró el proceso”, afirma Evans. “Hubiera sobrepasado los 100 años, pero ahora eso no sucederá. [...] Ella es una víctima colateral de este aislamiento debido a la COVID-19 y fallecerá porque se le rompió el corazón”.

Existen pocos datos acerca de los efectos sobre la salud mental del confinamiento prolongado en los hogares de ancianos y otros centros de cuidados a largo plazo de este país. Sin embargo, los expertos, los defensores de los residentes y quienes tienen a sus seres queridos en esos establecimientos dicen que ese confinamiento alimenta una crisis de salud mental que está amplificando los impactos devastadores de la pandemia sobre la industria de cuidados a largo plazo. Más de 70,000 residentes y empleados de centros de cuidados a largo plazo fallecieron a causa de la COVID-19, lo que representa cuatro de cada diez muertes relacionadas con la pandemia. Dicen que los sentimientos de soledad, abandono, desesperación y miedo entre los residentes —así como sus impactos sobre la salud física y neurológica— han hecho que aumente el número de muertos a causa de la pandemia.

Muchos familiares (en inglés) y defensores del pueblo en asuntos relacionados con el cuidado a largo plazo nos dicen que los residentes están perdiendo el deseo de vivir”, dice Robyn Grant, directora de Política Pública y Defensa de Derechos de National Consumer Voice for Quality Long-Term Care. En Minnesota, el “aislamiento social” se incluye como causa o factor contribuyente en las actas de defunción de los residentes de los centros de cuidados a largo plazo que fallecieron durante la pandemia. Otros estados incluyen el síndrome del declive como una causa común de defunción.

Algunos centros de cuidados están tomando medidas para combatir el problema. La mayoría de los estados están permitiendo a los hogares de ancianos que han logrado manejar con éxito o evitar los casos de la COVID-19 que reanuden las actividades comunitarias y las visitas en persona. Pero incluso en esos casos, se requiere que se mantenga el distanciamiento social durante las actividades y la mayoría de las visitas son poco frecuentes, de corta duración, al aire libre y muy controladas —es muy distinto de lo que se hacía antes de la pandemia—.

Y según la Dra. Carla Perissinotto, subdirectora de Programas Clínicos Geriátricos en University of California, San Francisco, no se sabe cuánto tiempo durará. “Durante la temporada de gripe normal, nos decimos, ‘bueno, solo necesito superar un par de meses y estaré bien’, pero ahora mismo no sabemos el marco de tiempo”, explica. “Creí que saldríamos de esta situación en junio, pero ahora estamos de nuevo en medio de lo mismo”.

“Me siento como un prisionero”

Incluso antes de la pandemia, se consideraba que el aislamiento social (la situación objetiva de tener pocas relaciones sociales) y la soledad impuesta (el sentimiento subjetivo de aislamiento) eran riesgos graves para la salud de los adultos mayores en Estados Unidos.

Un conjunto de pruebas demuestra que estos factores aumentan significativamente el riesgo de muerte de una persona debido a cualquier causa, y es posible que compitan con los riesgos del tabaquismo, la obesidad y la presión alta. El aislamiento social y la soledad impuesta también están asociados a tasas más altas de depresión, ansiedad e ideas de suicidio de trascendencia clínica.

Pero lo que se arriesga es más que la salud mental. Según estudios separados, entre los pacientes con insuficiencia cardíaca, el aislamiento y la soledad se relacionan con mayores riesgos de padecer demencia (50%), tener un derrame cerebral (32%) y fallecer (casi cuatro veces más). Según Perissinotto, coautora del informe, debido a que el 43% de los adultos de 60 años o más en EE.UU. decían que se sentían solitarios (en inglés), los índices de aislamiento social y soledad ya se encontraban a nivel de “una crisis de salud pública”.

spinner image Richard, usando una mascarilla, festeja el Día de los padres en un hogar de ancianos
Richard festeja el Día del Padre en confinamiento en su hogar de ancianos en Austin, Texas.
CORTESÍA DE DEIRDRE ANDERSON

Al parecer, las medidas de confinamiento están empeorando esa crisis en los centros de cuidados a largo plazo. “Vemos un aumento en la depresión, la ansiedad, las frustraciones y la irritabilidad”, afirma Heather Smith, psicóloga principal en Milwaukee Veterans Affairs Medical Center. “También vemos un repunte en comportamientos relacionados con la demencia”, dice. Menciona que a un porcentaje significativo de residentes de establecimientos de cuidados a largo plazo —por lo menos a la mitad, según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, enlace en inglés)— les han diagnosticado algún tipo de demencia. “Por eso, lo que estamos viendo no es de sorprender”.

Deirdre Anderson dice que así se puede describir a su padre, Richard, de 85 años, quien padece demencia y vive en un hogar de ancianos en Austin, Texas. “Mi padre por lo general es muy alegre”, cuenta. “Antes de que empezara el confinamiento en ese lugar, era sociable. Tenía bastantes amigos y me parece que a todos les caía muy bien”.

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Pero sin comidas comunitarias y actividades en grupo, Richard perdió esas conexiones. “Antes del confinamiento, me di cuenta de que su compañero de cuarto siempre mantenía cerrada la cortina en la mitad de la habitación, al igual que las persianas”, agrega. “Un día me preguntó, ‘¿Es de noche?’. Eso significa que ni siquiera puede mirar hacia afuera. Dijo, ‘me siento como un prisionero ahora’, y él por lo general nunca dice eso”.

Los hogares de ancianos tuvieron que cerrarse al público a mediados de marzo. La propagación de la COVID-19 hizo que los Centros de Servicios de Medicare y Medicaid (CMS) a nivel federal emitieran directrices instando a los 15,400 hogares de ancianos del país a prohibir la entrada a visitantes y empleados no esenciales. También se cancelaron las actividades internas en grupo, entre ellas las comidas en los comedores comunitarios.

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Muchos otros establecimientos de cuidados a largo plazo, como centros de vivienda asistida y unidades para pacientes con trastornos de la memoria, hicieron lo mismo. Ninguno quería que ahí pasara lo mismo que en Life Care Center de Kirkland, Washington, donde 37 personas fallecieron a causa de la COVID-19 durante un brote epidémico temprano del virus, que empezó a fines de febrero. Sin embargo, hubo decenas de epidemias similares en instalaciones en todo el país: en abril, nuevos casos y muertes por coronavirus en los centros de cuidados a largo plazo llegaron a un punto máximo en toda la nación. Si bien el número de casos disminuyó en mayo y junio, aumentó en julio y agosto, según un análisis realizado por Kaiser Family Foundation (en inglés). De manera similar, en este análisis se muestra que las muertes en establecimientos de cuidados a largo plazo disminuyeron entre mayo y julio, pero aumentaron en agosto.

“Nos enfrentamos a una tensión desgarradora”, dice Sheri Gibson, una psicóloga geriátrica con práctica privada, quien es supervisora clínica en University of Colorado, Colorado Springs, “entre proteger contra el virus a los adultos mayores cuya salud es frágil y aislarlos de las conexiones y el apoyo externos, pues sabemos que son vitales para su bienestar general”.

“Su cerebro se ha deteriorado por completo”

Casi seis meses después, la mayoría de los hogares de ancianos todavía tienen algún tipo de confinamiento. Por eso no es de sorprender que Tami Crady haya recibido “llamadas desesperadas de ‘sácame de aquí, esto es como una cárcel’” de su padre Dave, quien vive en un hogar de ancianos en el condado de Sonoma, California. Durante meses, su padre de 82 años, quien tiene la enfermedad de Alzheimer, se ha sentido “increíblemente frustrado” por las maneras en las que el confinamiento ha interrumpido su rutina.

Por ejemplo, “tenía el cabello alocado”, explica Crady, debido a la prohibición de entrada a empleados no esenciales, lo que incluyó a los peluqueros. “Así que de alguna manera consiguió una razuradora eléctrica y se recortó su propio cabello”. Le confiscaron la razuradora, lo que causó una discusión entre Dave y el personal que dejó a Dave deseando abandonar las instalaciones.

Crady se las arregló para calmarlo por teléfono. “Me preguntó, ‘¿por qué no me devuelven mi razuradora?’ y le dije, ‘bueno, quizás andan por ahí cortándole el cabello a todos los demás’, y nos reímos mucho”, cuenta.

Fue entonces que Crady se dio cuenta de que se deterioraba la salud mental de su padre. Ahora, él también lucha contra la COVID-19 después de un reciente brote epidémico en el hogar de ancianos. Crady no sabe cuál de los impactos será peor: “Por mucho que la COVID-19 podría matarlo, el confinamiento también. [...] Solo espero que sobreviva”.

A Judith Gimbel también le preocupa que el aislamiento podría matar a su madre. “No pienso que ella se está deteriorando; sé que es así”, dice sobre Ida, quien tiene 95 años y vive en un centro de vivienda asistida en el condado de Gloucester, Nueva Jersey. “Se está muriendo lentamente ahí”.

Según Gimbel, antes de la pandemia, Ida participaba en todas las actividades que ofrecían: “Bajaba a hacer ejercicio de mañana; consumía las tres comidas en la cafetería; si tenían manualidades, participaba; si ofrecían música, iba a lo de música; lo que fuera”. Al carecer del estímulo diario, Gimbel cree que ha progresado su demencia. “A veces no me reconoce y eso nunca había pasado”, dice. “Su cerebro se ha deteriorado por completo”.

spinner image Ida antes de la pandemia en su centro de vivienda asistida
Ida antes de la pandemia en su centro de vivienda asistida en el condado de Gloucester, Nueva Jersey.
CORTESÍA DE JUDITH GIMBEL

Para muchos residentes, los impactos mentales llevan a un deterioro en la salud física. “Vemos que no quieren que los cuiden”, dice Smith, la psicóloga en Milwaukee, “y se niegan a comer o tomar medicamentos o cuidar de sí mismos, como a bañarse o hacer ejercicio”.

Esa conducta puede causar mayor debilidad, pérdida de peso y percepción del dolor, lo que intensifica los riesgos para la salud física de esas personas. Por ejemplo, la debilidad puede contribuir a caídas y eso a su vez puede causar otros problemas de salud potencialmente mortales.

Hasta hace poco, Paul Da Veiga pensaba que la salud física de su madre Philomena, de 91 años, era muy buena. Pero debido al confinamiento en su hogar de ancianos en Artesia, California, parece que el estrés ha empeorado su demencia. “Ella no entiende por qué no vamos a visitarla en persona”, dice Da Veiga. “Piensa que nos pasó algo malo”.

Él cree que por eso ella ha perdido entre 20 y 25 libras: “Es una cantidad considerable para una señora pequeña”. Al no tener visitas de su familia, ella también pide pasar la mayoría de sus días en cama. También se está deteriorando su capacidad para hablar. “Creo que es la depresión, de verdad”, afirma Da Veiga.

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“Muchos de estos centros de cuidados están por su cuenta”

El personal de muchos centros de cuidados a largo plazo se siente frustrado cuando de encontrar soluciones se trata. “No los envidio para nada porque intentan evitar que el virus ingrese al establecimiento, pero al hacerlo, empeoran la salud mental”, dice Perissinotto. “Es un arma de doble filo, porque familias muy enfadadas dicen, ‘¿cómo se atreven a arriesgarse a llevar la COVID-19 al centro’, mientras otras dicen, ‘¿cómo se atreven a no permitirme ver a mis padres por cuatro meses?’”.

Las directrices federales acerca de reanudar las actividades comunitarias y las visitas responsabilizan a los funcionarios estatales y locales para que determinen el momento en el que sea seguro hacerlo. Hasta ahora, más de 35 estados y el Distrito de Columbia emitieron directrices para reanudar las visitas a los hogares de ancianos. Pero a su vez, eso hace que los establecimientos individuales tengan la responsabilidad de decidir lo que es posible y mejor.

“Muchos de estos centros de cuidados están por su cuenta”, dice Patricia McGinnis, directora ejecutiva de California Advocates for Nursing Home Reform. Menciona que las directrices a menudo son largas, complicadas y difíciles de seguir, y que tener recursos y fondos limitados puede impedir que los establecimientos satisfagan los criterios. Dice que eso ha llevado a “faltas de coherencia en todas partes” en lo que respecta a combatir el aislamiento y la soledad. La estructura inconexa de la industria de cuidados a largo plazo en este país, con una mezcla de reglas y organismos reguladores federales y estatales, es otro obstáculo para una respuesta nacional congruente.

Sin embargo, ha habido una “oleada de creatividad” por parte de algunos operadores de centros de cuidados a largo plazo en medio de la crisis, según Gibson de University of Colorado, quien ha estado ofreciendo seminarios web sobre cómo mantener la conectividad durante la pandemia para el programa nacional de defensoría del pueblo en asuntos relacionados con el cuidado a largo plazo. Muchos establecimientos decidieron seguir adelante y organizar visitas al aire libre o desde ventanas para facilitar el contacto entre seres queridos, cuenta. Otros usan plataformas de videollamadas como FaceTime y Zoom para las visitas virtuales.

AARP aboga por leyes federales y estatales que requerirían a los establecimientos de cuidados a largo plazo que faciliten esas visitas virtuales, aunque nuestro objetivo principal es “lograr que otra vez sea seguro para todos los familiares y amigos visitar a los residentes en persona”, dice Elaine Ryan, vicepresidenta de Defensa de Derechos e Integración de Estrategias Estatales de AARP.

El reinicio en muchos establecimientos de actividades diarias con distanciamiento social, como juegos de bingo y servicios religiosos, también ha mantenido conectados y activos a sus residentes.

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Wilma y su juguete, Johnny (llamado así por Johnny Cash), antes de la pandemia en su centro de enfermería especializada en Franklin, Indiana.
Cortesía de JOAN SHENBERGER

Para la madre de Joan Shenberger, Wilma, quien tiene 96 años y vive en un centro de atención especializada de enfermería en Franklin, Indiana, esto ha sido fundamental. Antes de la pandemia, Shenberger y su hermana visitaban a su madre con frecuencia para asegurarse de que tuviera una comida grande ese día y ayudarla a lavar la ropa y realizar otras tareas. Durante el confinamiento, su madre empezó a perder peso.

“Ella es muy sociable y al personal de enfermería le pareció que cuando estaba aislada en su habitación, no comía igual de bien”, explica Shenberger. “Por eso consiguieron permiso para que ella se sentara sola en una mesa en el comedor y uno de los señores con quienes le gusta hablar se sentara en la mesa al lado de la suya. Gracias a sus esfuerzos, ha vuelto a ganar peso”.

Shenberger dice que las visitas al aire libre también están ayudando con la enfermedad de Alzheimer de Wilma. “Su memoria era una gran preocupación; creíamos que tendría un gran impacto, pero todavía no ha sucedido”, dice. “Nos reconoce, y aunque dice varias veces que quiere abrazarnos, las visitas al aire libre son mejores que nada”.

Mientras tanto, a Ida las visitas al aire libre la han hecho sentir frustrada y más deprimida, según su hija Judith Gimbel, porque no incluyen contacto físico. “Ella está a seis pies de distancia de la mesa; no puede oírme”, dice Gimbel. “No puedo pasarle mi teléfono para mostrarle fotos de su bisnieto, ni compartir con ella la comida que llevo. Creo que es peor que no visitarla”.

La falta de contacto físico afecta a muchos residentes, dice Gibson, en particular a quienes padecen demencia, como Ida. “Sabemos que la sensación táctil es uno de los sentidos que permanece intacto, incluso durante los niveles más graves de la demencia”, explica, “y no tenerla puede ser perjudicial”.

A medida que continúa la crisis, Gibson recomienda que los familiares, los amigos y los representantes de los residentes hablen sobre la salud mental: “Lo más importante que cualquiera de nosotros puede hacer es dar validez a lo difícil que es esto y decirle al residente que su ansiedad o sentimientos de soledad y desesperanza son normales”.

Perissinotto está de acuerdo. “Hablar sobre esto es increíblemente sanador porque reconoce que no estás solo en esta experiencia”, dice.

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