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Cuidadora en las vacaciones de verano

Cómo aprendí a cuidar de mi madre mayor sin descuidarme yo.

Lee Woodruff  y su mamá

COURTESY LEE WOODRUFF

In English | Mi madre ha vivido los últimos tres veranos con mi familia, en nuestra cabaña de los Adirondack, rodeada de sus tres hijas y nueve nietos. Es el lugar donde pasé todos los veranos de mi niñez, en un ambiente de libertad que quienes se identifican con la campana que llamaba a cenar —mucho antes de los celulares y navegadores GPS— conocen bien. Pasábamos horas explorando caminos, paseábamos en canoa, nadábamos, nos zambullíamos desde una balsa y nos bronceábamos en muelles descoloridos con aceite para bebés sobre la piel y jugo de limón en el pelo.

Mis hijos son la quinta generación que va a esta pequeña bahía del lago, y sus primos tienen sus propias cabañas muy cerca. La joya de la corona familiar era la casa de mis padres, una belleza centenaria con paredes rústicas y una gran chimenea de piedra de otra era. Pero para mi madre de 84 años, viuda y enlentecida, la gota que colmó el vaso fue un murciélago en su habitación a medianoche. Al día siguiente anunció que ya no sentía que podía vivir ahí sola. Y se mudó con nosotros.

Mi madre es la definición de una "señora dulce". Le encanta leer, es una gran conversadora, aún no tiene impedimentos físicos y valora su independencia más que nada. Es feliz observando el mundo ruidoso, cariñoso y colorido de sus nietos mientras revolotean por la casa, y está decidida a no causarle molestias a nadie.

Sin embargo, vivir con mi madre, tenerla en mi casa y convertirme en su cuidadora fue un cambio gigantesco. No estaba preparada mentalmente para el huésped, para la forma en que de repente me surgió un tercer ojo que debía vigilar y anticipar sus necesidades, para preocuparme por su bienestar y por saber dónde estaba. Es una admisión un poco absurda para alguien que ha criado cuatro niños mientras trabajaba y se ocupaba de la casa. ¿Qué dificultad podría conllevar añadir otro adulto a la casa durante seis semanas? Pero fue difícil. 


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Al repasar el verano pasado, fue más duro de lo que querría admitir. Tras un año brutal de viajes de negocios, me arrastré hacia las montañas a finales de junio, recibí a mi madre en el cuarto de huéspedes, nos mudamos de casa en la ciudad, celebramos 30 años de casados y nuestras hijas gemelas se fueron a cursar su primer año en la universidad, lo que me dejó frente al llamado "nido vacío". Para septiembre estaba exhausta mentalmente y caí en una depresión leve. 

¿Qué me pasaba? ¿Por qué estaba tan gruñona y resentida? Mi madre se había sacrificado toda la vida para criar tres hijas, animándonos desde un costado en cada capítulo de nuestras vidas.  ¿Por qué era incapaz de devolverle ese mismo amor repetida y alegremente en el ocaso de su vida?

Al final caí en la cuenta de que no me había permitido a mí misma relajarme en todo el verano. Cada momento que podría haber usado para escuchar mis propios pensamientos lo ocupó mi dulce madre. Tenía una pregunta sobre el lavaplatos, necesitaba ayuda para encontrar los platos, había quemado una sartén al hacer arroz o quería recordarme sobre sus alergias alimentarias o el estado de sus intestinos. Yo me esforzaba por mantener la compostura cuando me sentaba con ella noche tras noche a ver series de ficción histórica de PBS y Netflix, incluso en las innecesarias escenas de sexo.

Me aislé de las invitaciones para cenar o salir a beber con amigos, rehusé paseos en barco por la noche y la oportunidad de ver los fuegos artificiales del 4 de julio. Me hacía la mártir. Después de todo, era mi madre y estaba en mi casa. No quería que sintiera que causaba molestias.

Son sentimientos muy humanos y familiares para todos los que hemos criado hijos y pensábamos en descansar sobre la arena en verano, pero en lugar de eso nos encontramos cuidando de padres mayores.  Aceptar estos sentimientos, hacerme cargo de los momentos apabullantes o la exasperación de explicarle otra vez cómo funcionaba el microondas, era la válvula de escape que necesitaba. Hablar de ello con mis amigos y mis hermanas, hacer planes para tener noches libres y aceptar que la santidad no existe en esta tierra me ayudaron tremendamente. "Lo que estás haciendo es difícil", dijo una de mis amistades. "Pero les estás mostrando algo a tus hijos sobre el amor y la devoción".

"Ojalá mi madre todavía estuviera aquí y pudiera enojarme con ella", opinó otra amistad. Esa frase me devolvió a la realidad y me ayudó a forjar un mantra que uso cuando me exaspera hacer de cuidadora. No tengo el deber de acoger a mi madre. Tengo la suerte de acoger a mi madre.

De todos modos, estoy decidida a afrontar las vacaciones de una forma diferente este año. El truco es encontrar la manera de que mi madre tenga un verano fantástico mientras también me cuido y me recargo yo. Hablé con una amiga, Colleen Whitt Bell, que lleva 30 años trabajando como enfermera de cuidados paliativos y terminales, para que me aconsejara.

"La mayoría de los cuidadores tienen una alta 'tolerancia de ayudantes', pero cuando las cosas pequeñas se hacen grandes y molestas, esa es la primera señal de que necesitan ayuda externa", explica Bell. "La dificultad para dormir, la falta de paciencia, la dificultad de concentración o los sentimientos agobiantes también son señales". Bell sugiere seguir estos consejos para ayudar a manejar el estrés:

  • Un poco de ejercicio físico cada día puede cambiar cómo ves el mundo y tu nivel de fatiga.
  • Puedes "intercambiar tiempo" con tus amigos. Pregúntales si están dispuestos a sentarse o estar con tu persona querida mientras tú vas a hacer recados para ellos, o devuélveles el favor de otra manera para poder tomarte un respiro. Aunque a los cuidadores no les gusta pedir ayuda, incluso un par de horas pueden ser una gran recarga de baterías.
  • Asegúrate de leer sobre recursos locales o investigar las opciones de los grupos de envejecimiento y agencias locales —incluidos sitios de cuidados durante el día— para conseguir algunas horas para ti.
  • Céntrate en un "mini premio" diario, ya sea una taza de café por la mañana o un rompecabezas al que puedas dedicar unos 30 minutos para establecer un periodo de tiempo que sea solo tuyo.

Me recuerdo que mi madre no siempre estará en mi cocina. Nadie sabe cuántas noches más será capaz de reunirse con nosotros en la orilla de este precioso lago con la gente a quien quiere. Echaré de menos su fantástico abrazo. Extrañaré su amplia sonrisa y la alegría pura que irradia su pequeño cuerpo de pajarito cuando me envuelve en sus brazos con toda la fuerza del amor de una madre.   

Así que, amigos cuidadores, cuéntenme: ¿qué hacen para cuidarse ustedes (en inglés) mientras cuidan de otros?

Lee Woodruff es cuidadora, oradora y autora de tres libros, entre ellos el éxito de ventas In an Instant. Ella y su esposo Bob son cofundadores de la Bob Woodruff Foundation (en inglés), que ayuda a militares lesionados y a sus familias. Síguela en Twitter @LeeMWoodruff e Instagram @leewoodruff.