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Cuando los cuidadores gritan y luego se arrepienten

Qué hacer para no perder los estribos y poder perdonarte si lo hiciste.


spinner image Una mujer pensativa, con cara de preocupación.
Los cuidadores pueden sentirse abrumados y arremeter contra las personas a quienes cuidan.
Istock

No había gritado tan fuerte y por tanto tiempo desde que mis hijos eran pequeños y me desobedecían. Nunca le había gritado de esa manera a mi madre. Sin embargo, una noche hace poco, cuando estaba muy cansado y descubrí que ella había malgastado dinero que no podía permitirse gastar, perdí los estribos y lancé una perorata a pleno pulmón. Ella cerró los ojos y no reaccionó. Esto me enfureció y me hizo gritar todavía más. Demoré minutos, en vez de segundos, hasta poder calmarme.

Después me sentí muy mal, culpable y enojado por haber estallado contra un ser querido que tiene demencia leve. También me asustó la pérdida repentina de autocontrol. Cuando le pedí disculpas a mi madre la mañana siguiente y me perdonó, me sentí levemente aliviado pero todavía inquieto. Como a muchos de mis pacientes que cuidan a otras personas y me confiesan en las sesiones de psicoterapia que han gritado a sus padres o seres queridos de la familia, yo también comencé a preocuparme por cometer exabruptos.

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¿Por qué los cuidadores familiares gritan a veces, especialmente cuando saben que eso solamente empeora una mala situación? Porque, como señaló Carol Levine, una defensora de los cuidadores, “siempre estamos de turno” para satisfacer las necesidades de las personas a nuestro cargo, y esta tensión constante debilita nuestra paciencia. Porque el comportamiento de nuestro ser querido, a decir verdad, puede ser muy fastidioso y nuestras frustraciones se acumulan hasta el punto de ebullición. Porque nos enojamos y sentimos abrumados por las exigencias de la prestación de cuidados y luego equivocadamente arremetemos contra los seres queridos a quienes tenemos el compromiso de cuidar.

Luego nos arrepentimos mucho, por gran parte del resto de la vida de nuestro ser querido y mucho después. En un artículo del 2011 en el Philadelphia Inquirer, la periodista y cuidadora de su cónyuge Stacey Burling escribió sobre lo común que es que a los encargados de cuidados les den ataques de ira y cómo estas experiencias complican su duelo una vez que fallecen las personas a su cargo. “Terminamos sintiéndonos mal por comportarnos como seres humanos normales, con defectos, asustados y agotados”, dijo.

¿Qué podemos hacer para no perder los estribos de esa manera? Y, si tenemos tendencia a que suceda, ¿cómo evitamos que se repita? A continuación presentamos algunas ideas.

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Distingue entre el maltrato y el mal comportamiento

El maltrato a los ancianos es un serio problema a escala nacional. Lamentablemente, a veces los cuidadores familiares son los culpables. Si alguna vez el cuidador golpea, empuja o —de alguna otra manera— ataca físicamente a la persona a su cargo, eso quiere decir que la situación se ha vuelto tan peligrosa que lo mejor que puede hacer es suspender de inmediato su metodología de cuidados, aunque implique tener que ingresar a la persona en un centro de cuidados. Es más difícil definir los gritos como maltrato. Sin embargo, si los gritos se convierten en algo que sucede con frecuencia o la intensidad de los estallidos aumenta a ritmo constante, es obvio que no es saludable el plan actual de prestación de cuidados, no es saludable para el cuidador ni para quien recibe los cuidados. Hay que cambiar de plan inmediatamente.

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Presta atención a las advertencias

Gritar debe considerarse como una señal de nuestra psiquis de que estamos demasiado estresados y que necesitamos cambiar nuestra actitud emocional, descansar más o buscar ayuda. Hacemos caso omiso de esta señal por nuestra propia cuenta y riesgo, lo cual hace que sea más probable que nos agotemos y perdamos el control. En su lugar, debemos disminuir la responsabilidad de prestar cuidados modificando el plan de prestación de cuidados para incluir el apoyo de otras personas.

Por ejemplo, en el período subsiguiente a mi incidente de gritos, llamé a mi hermano y primos para informarles que estaba en apuros y necesitaba más ayuda de ellos. Se las arreglaron para visitar a mi madre poco después, lo que me proporcionó un descanso, y desde entonces empezaron a llamarme con mayor frecuencia para preguntar sobre mi bienestar.

Perdona los gritos y otras imperfecciones

A la larga, autocastigarnos por expresar resentimiento es probablemente más perjudicial para la prestación de cuidados que las palabras duras y fuertes que hemos pronunciado. La culpa excesiva por lo general nos desmoraliza más —y no nos vuelve más amables ni concienzudos—, y por lo tanto nos hace menos capaces de continuar nuestros papeles esenciales de cuidadores. Esto a la larga solo puede ser perjudicial para los seres queridos que dependen de nosotros.

Sin embargo, es más importante que aceptemos que somos seres humanos que se equivocan y hacemos lo mejor que podemos para arreglárnoslas en circunstancias difíciles. Como las personas a nuestro cuidado cuyas debilidades intentamos tolerar con mayor gentileza, cometemos errores que incluyen perder los estribos.

Si podemos perdonar nuestras propias imperfecciones, entonces es más probable que perdonemos las de los seres confundidos y a veces exasperantes a quienes intentamos cuidar con tanto empeño.

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