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‘The Dressmaker’: Alta costura para los bajos instintos

Kate Winslet se desquita con las puntadas de su máquina de coser.


DIRECTOR:
Jocelyn Moorhouse
GUION: Jocelyn Moorhouse y P.J. Hogan (basados en la novela de Rosalie Ham)
ELENCO:
Kate Winslet (Myrtle 'Tilly' Dunnage), Liam Hemsworth (Teddy McSwiney), Hugo Weaving (Sargento Farrat), Sarah Snook (Gertrude 'Trudy' Pratt), Judy Davis (Molly Dunnage) y Caroline Goodall (Elsbeth)
DURACIÓN: 118 minutos

“El hábito no hace al monje”, dice el dicho, pero sí puede disfrazar las malas intenciones; por lo menos, esa es la premisa de The Dressmaker. Para ganarse la confianza y eventualmente vengarse de quienes le hicieron daño en la infancia, la modista del título les diseña espectaculares vestidos. Como en un wéstern crepuscular, Tilly llega cobijada por las sombras al miserable pueblo de donde tuvo que salir huyendo décadas atrás por un escándalo del que fue, justa o injustamente, acusada: esa es parte del misterio. Pero en lugar de descender rifle en mano de un caballo, la mujer desciende espectacularmente vestida del vehículo que la transporta, armada con una máquina de coser portátil. La idea es que no hay mejor método para ganar voluntades que apelar a la vanidad de tus enemigos haciéndolos ver bien. Como planteamiento no está nada mal, pero es en su ejecución que a The Dressmaker se le acaban saliendo las costuras.

Kate Winslet interpreta a la elegante modista que regresa a Dungatar, un deteriorado pueblo en Australia que es en realidad un lugar imaginario —un set típico en el cine del viejo oeste— a “ajustar cuentas”. Supuestamente son los años 50, pero la ubicación temporal es también surrealista. Tilly llega con ánimo férreo y sed de venganza pisando fuerte con sus tacones las empolvadas calles de Dungatar; nadie osaría ponérsele enfrente. El pueblo está constituido de los lugares y personajes típicos del escenario fronterizo: el cantinero borracho, el discapacitado mental del que todos se burlan y que ve más de lo que se imaginan, la maestra solterona, el “respetable” alcalde, y sobre todo, el infaltable grupo de “señoras decentes” que se dedican a destruir vidas con sus actitudes condenatorias y chismorreos. En este último grupo se encuentran las otrora niñas que desde siempre excluían a Tilly de sus juegos y se burlaban de ella. Y el problema es que además de su timidez y poco agraciada figura, Tilly es hija de Molly, la “perdida” del pueblo. Molly (la siempre genial Judy Davies) sigue ocupando un lugar “fuera del centro” y vive en una derruida casa en la colina, cultivando siempre que puede su afición a la bebida. La anciana mantiene su carácter desafiante y finge no reconocer a Tilly cuando esta llega a tratar de poner orden en su vida. Y es que tanto a la casa de Molly, como al resto del pueblo, la envuelve una nube de polvo; el polvo de recuerdos turbios.

Judy Davis, Sarah Snook, y Kate Winslet en una escena de la película The Dressmaker

Cortesía de Everett Collection

Judy Davis, Sarah Snook, y Kate Winslet en una escena de The Dressmaker.

Nunca queda claro por qué Tilly regresa ahora y, empezando por su propia madre, nadie quiere regresar al momento en el que, más de veinte años atrás, murió un niño por un fuerte golpe en la cabeza que supuestamente le propinó Tilly cuando este, fiel a su costumbre, la molestaba. Tilly fue enviada a un internado en Melbourne por el alcalde del pueblo, de donde finalmente escapó a París, donde aprendió su oficio. La otrora indefensa y descuidada Tilly regresa como una exitosa modista que ha rediseñado su vida y su figura en sofisticados y glamorosos lugares, tan geográfica como emocionalmente lejos de Dungatar como es posible. La gélida recepción que le dan cambia tan pronto como Tilly se ofrece a diseñar vestidos para las frustradas mujeres del lugar. Ataviadas con los más espectaculares modelos, madres, esposas y solteras por igual atraen por fin la atención de los esquivos hombres. Y es aquí donde la película empieza a perder el rumbo. La fábula feminista en la que en lugar del cowboy es una mujer la que regresa a imponer la ley en el pueblo transgresor, posiciona el triunfo en la capacidad para atraer la mirada masculina. De ahí que surja un improbable romance con el modelo de perfección viril más acabado que representa Liam Hemsworth. El amor rendido que inexplicablemente le profesa, de repente, Teddy a Tilly, traiciona la esencia de lo que pudo ser una gran película.

El escenario estaba montado para una excelente historia de retribución y venganza donde el polvo de los recuerdos impide ver el pasado con claridad. La misma Tilly no recuerda nada sobre el incidente en el que murió su torturador y esa condición de olvido la lleva de la vengadora solitaria que se nos presenta al principio, a una vulnerable mujer que se siente condenada por su pasado y que necesita el amor de un hombre para reivindicarse. El cambio en la esencia del personaje se refleja en el cambio estilístico de la narración. Si The Dressmaker hubiera seguido en el tono de farsa con el que arranca, el retorno de Tilly hubiera tenido un mejor destino, pero la película se pierde en una mescolanza de géneros que pasa de la comedia al drama y de lo surreal a lo absurdo. Así, lo que al principio promete ser un diseño de alta costura termina siendo un harapo.

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