'True Story', la verdad detrás de las mentiras

En medio de esta crisis, Longo es atrapado en México y sale a la luz que había estado utilizando el nombre y personalidad de Finkel como estrategia para eludir a las autoridades. Como en muchas buenas historias de ficción –y como el mito estadounidense de reinvención y “segundas oportunidades– Finkel siente que es la ocasión para reivindicarse. El periodista contacta a Longo y, según relata en su libro True Story, el criminal le propone ser el único a quien le cuente como ocurrieron los hechos, a cambio de que Finkel le enseñe a escribir. 

Y aquí se manifiesta uno de los principales problemas del filme: Para que haya historia, la relación entre periodista y acusado tiene que por lo menos sugerir: uno, que hay algo detrás de lo que se ve a simple vista (que Longo mató a sangre fría a su esposa e hijos en un momento de desesperación por una crisis económica); y dos, que se da una verdadera identificación y transferencia entre periodista y presidiario. Capote escribió A sangre fría únicamente contando con lo segundo: la tensión entre un genuino interés humano por Perry Smith, uno de los asesinos de la familia Clutter en Holocomb, Kansas en 1959; y su cuestionada manipulación de la relación con fines exclusivamente artísticos. Capote logró crear una obra maestra no solo y quizás menos que nada— por ser un gran escritor, sino porque se dio algo real entre él y Smith. La impostura de True Story es que (mas allá de cuales hayan sido las verdaderas intenciones de Finkel), basa la autenticidad de su relación y de la película misma, en que hay algo más de lo que es aparente. Es decir, basa el interés en un supuesto y no en que Longo mismo despierte nada excepto sospecha y desprecio en la sobreactuada interpretación de Franco. Por más dimensiones que nos gustaría encontrar en Longo, Franco no proyecta otra cosa (deliberadamente, o no) que un solo registro de emoción, y esto es, nada. Para comprobar la fascinante danza entre dos artistas de la mentira como Capote y Perry se puede ver películas como Capote (2005) que se ha resaltado sobre todo por Philip Seymour Hoffman, o Infamous (2006), donde Daniel Craig da una cátedra de actuación como el atormentado asesino.

En el caso de True Story, tal vez hubiese funcionado mejor si se hubiera asumido como una obra de ficción “basada” en hechos reales como hacen otras películas; o si por lo menos hubiera ironizado con respecto a su propio contenido autodenominándose True Story. En lugar de eso, trata de pasar por una fábula moral, que al mentir sobre su obvio entendimiento de la situación (como Finkel tuvo que discernirlo desde muy temprano), se hace cómplice de una doble impostura.