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Deja comida para su hermano en el hogar de ancianos, aunque se prohíben las visitas

Todos en ese centro de cuidados se saben el nombre de Susan porque durante la pandemia ella no ha dudado en decir lo que piensa.


spinner image John Boyle en una silla de ruedas y una segunda imagen de John en su bicicleta de motocross
Izquierda: John Boyle usa una silla de ruedas desde que tuvo un derrame cerebral a los 52 años. Derecha: Antes de lesionarse, John planeaba ser corredor profesional de motocross.
Courtesy Susan Edwards-McCloskey

Todo el mundo en Blauvelt, Nueva York, conocía a John Boyle. Su hermana mayor, Susan Edwards-McCloskey, dice que era extrovertido, deportista y quería ser corredor profesional de motocross —o motocicletas todoterreno—. Pero durante un choque en el que su motocicleta patinó y otro corredor lo atropelló con la suya, se lesionó la espalda y tuvo que renunciar a su sueño. Según cuenta su hermana, en vez de eso Boyle empezó a hacer reparaciones y mantenimiento en hogares, hasta que estuvo a punto de morir al padecer un derrame cerebral a los 52 años.

Por más de ocho años, Boyle, quien ahora tiene 60 años, ha vivido cerca, en el Northern Manor Multicare Center de Nanuet, unas 35 millas al norte de la ciudad de Nueva York. La familia lo mudó a este centro residencial porque quedaba cerca de sus hogares y aceptaba el plan Medicaid. Dice su hermana que está en silla de ruedas y tiene el lado derecho “completamente paralizado”. Agrega que entiende dónde está y lo que ha perdido, pero le cuesta trabajo hablar. Y para Edwards-McCloskey, la crisis causada por la COVID-19 ha dificultado todavía más su rol como protectora, a medida que comienza el tercer mes de la prohibición federal de visitas a hogares de ancianos.

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A Edwards-McCloskey, de 67 años, quien fue representante sindical y trabajó para Verizon durante casi 30 años, no le resulta difícil decir lo que piensa. “En ese lugar todos se saben mi nombre, porque si no hacen lo que tienen que hacer, empiezo a gritar”, dice sobre Northern Manor.

Comenta que intenta ser amable y sabe que el personal tiene demasiado trabajo. Pero también cuenta que ha tenido mucho sobre lo que gritar con el pasar de los años, lo que incluye comida enmohecida y las dos semanas durante las cuales dice que no bañaron a su hermano. También dice que su hermano no ha hecho ejercicios adecuados y no ha recibido fisioterapia apropiada ni ayuda coherente para mejorar el habla.

Jeff Jacomowitz, vocero del hogar de ancianos, no estuvo de acuerdo con estas quejas. Dice que la familia no ha presentado reclamaciones sobre comida enmohecida ni problemas de limpieza. Además, afirma que hay registros de que Boyle se negó a recibir fisioterapia y terapia del lenguaje.

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Edwards-McCloskey insiste en que ella ha dicho muchas cosas, pero no por medio de quejas formales. También dice que su hermano, a quien describe como “el hombre más despreocupado en este lugar”, solo ha rechazado los tratamientos en malos momentos, como por ejemplo mientras dormía una siesta. Además, menciona las malas calificaciones de este hogar de ancianos: en una herramienta oficial de Medicare para comparar hogares de ancianos, Northern Manor recibió una calificación general de dos estrellas en una escala de cinco estrellas, donde se mencionan diversas infracciones.

La familia consideró mudar a Boyle, afirma Edwards-McCloskey, pero los otros lugares quedaban demasiado lejos. Además, su hermano fuma. Hay muy pocas probabilidades de que pueda encontrar otra instalación donde haya un salón para fumadores.

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Edwards-McCloskey vive a 15 minutos de distancia en Nyack y antes visitaba varias veces por semana. Le llevaba a su hermano sus comidas favoritas que ella preparaba, como espaguetis con albóndigas, filetes de pollo y fideos de huevo. Los viernes por la mañana, llevaba de Dunkin’ Donuts un sándwich de desayuno, donas y café. Él sabía cuándo esperarla y sus visitas ayudaban a aliviar su depresión. A veces, llevaba a Bubba, el perro de su hijo, para subirle el ánimo a su hermano menor. A él le encantan los animales y uno de sus únicos placeres es ir en silla de ruedas al pequeño patio para alimentar a las aves.

Obtener información del hogar de ancianos nunca ha sido fácil, señala Edwards-McCloskey. Dice que no sabe si alguien se ha enfermado del coronavirus en este lugar. Pero también reconoce que no ha preguntado a los directores sobre este asunto.

Según el New York State Department of Health (en inglés), para el 7 de junio en Northern Manor había cinco muertes confirmadas causadas por la COVID-19 y siete muertes que se sospechaba eran por esa enfermedad. Y Jacomowitz dice que hay 23 casos de coronavirus, lo que incluye residentes y empleados. Según dice, la información sobre medidas de protección e iniciativas para mitigar el contagio y los casos positivos se ha comunicado a las familias por teléfono, por medio de cartas y en el sitio web del hogar de ancianos.

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Jacomowitz señala que Northern Manor también recomienda que si las familias tienen preocupaciones o preguntas “aprovechen por teléfono nuestra política de puerta abierta”. “La salud, seguridad y cuidados de nuestros residentes y empleados son nuestra primera y primordial prioridad”, afirma. “Comprendemos lo difícil que es para las familias no estar con sus seres queridos en estos tiempos, pero necesitamos tener paciencia mientras esperamos que se eliminen las restricciones para los visitantes”.

Sin embargo, a Edwards-McCloskey no le molesta prescindir de las reglas y nunca ha temido hacerlo. Centra su atención en Boyle, quien rara vez contesta el teléfono en su habitación y, si lo hace, no puede expresarse. Por eso, ella ignora el cartel en la puerta que prohíbe visitantes, la misma petición publicada en el sitio web. Su hermano la llama todos los lunes y ella le dice cuándo irá y qué comida llevará. Se estaciona frente al hogar de ancianos y espera hasta ver que él venga en su silla de ruedas por el pasillo.

Él, quien tiene ojos verdes, permanece detrás de una cinta en la parte alejada del vestíbulo, y ella puede ver cómo está desde el lugar donde se coloca cerca a la puerta. Lo mira detenidamente, le pregunta si está bien y le recuerda que se mantenga alejado de cualquiera que esté enfermo. Se fija si él está usando una mascarilla, se asegura de que no esté tosiendo y le deja una buena comida antes de que le ordenen que se marche.

“No les gusta que esté ahí, pero no me importa”, dice. “Iré y lo veré con mis propios ojos”.

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