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¿Qué he aprendido de mis pacientes?

He aprendido a valorar las palabras ‘gratitud’ y ‘compasión’.


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Cortesía de Elmer Huerta, M.D.

Ser doctor es la experiencia más maravillosa de mi vida. Ser doctor me ha permitido ser heraldo de buenas y malas noticias, cuidador de personas y de familias, oidor de confesiones y guardián de secretos, todo lo cual me ha ayudado a ser una mejor persona. Pero, ¿qué he aprendido de mis pacientes? ¿Qué me han ensenado que no aprendí en la escuela de medicina? ¿He sido beneficiario —en algún sentido— de las miles y miles de interacciones con mis pacientes?

Sin duda, hay muchísimas cosas que he aprendido durante los más de 30 años de mi práctica. A continuación, lo que me han enseñado:

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Que cada persona es un universo: Cada persona es un mundo y el médico que pretende tratar a todos sus pacientes de la misma manera no hace lo correcto. Por ejemplo, hay que saber cómo y cuándo se administran medicamentos y que no todos funcionan igual para todos. Uno aprende a ajustar dosis y escoger medicamentos de manera personalizada.

A ser humilde: Me han enseñado que es imposible saberlo todo y que soy un ser humano con virtudes y defectos. ¡Cuántas veces he tenido que decirle a un paciente que no estoy muy al tanto de lo que me pregunta, pero que se lo averiguaré tan pronto como pueda para discutirlo juntos!

A preguntar: Desde mis torpes comienzos en que, tratando de llegar a un diagnóstico, me enredaba con mis propias preguntas, he aprendido a saber qué preguntar y cómo hacerlo. Me han enseñado el valor de los silencios. Muchas veces un silencio es mucho más valioso que una palabra.

A que los respetos guardan respetos: Me han ayudado a cambiar el viejo paradigma de relación vertical médico-paciente con que empecé mi carrera. Ahora estoy convencido de que la relación médico-paciente debe ser horizontal y de un profundo y mutuo respeto.

A ponderar mis palabras y gestos: ¡Cuántas veces habré ido a casa preocupado por alguna palabra que me pareció muy dura o cortante! En todos estos años he aprendido que las palabras y gestos de un médico pueden ser bálsamo o cicuta para un paciente. Soy muy cuidadoso con ellos.

A interpretar el doble significado de sus palabras: He aprendido que lo que me están diciendo puede tener otro significado, y que sus palabras pueden, en ocasiones, ser una profunda señal, no de su cuerpo sino de su mente o de su espíritu. Son incontables las veces que he comprobado que el síntoma de un paciente representa el grito que sale desde lo más profundo de una depresión o una ansiedad. El médico que solo se enfoca en lo biológico, en lo somático, perderá la oportunidad de ayudar a su paciente.

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A valorar el buen humor y la risa: Dando pie a la veracidad del viejo dicho de que la risa es el remedio infalible.

A admirar el coraje, la valentía y la resiliencia del ser humano: He visto pacientes que no se rinden ante la adversidad y me han dado lecciones de entereza. Eso me ha enseñado que mi misión es ayudarlos y guiarlos en las buenas y en las malas.

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A entender el valor de la fe y la religión, cualquiera que esta sea: He aprendido a valorar la espiritualidad de una persona y colocarla en lo más alto de mi escala de valores. Al mismo tiempo, he aprendido también que existen seres humanos agnósticos, los cuales me enseñaron que también hay paz en la ausencia.

Que la ciencia tiene sus límites: Después de tantos años en oncología, he aprendido que es imposible devolverles la salud a todas las personas. Ese fundamental hecho me ha enseñado que cada persona reacciona de manera diferente ante la realidad de la muerte y que, además de guiarlos en sus épocas de buena salud, el deber del médico es también guiarlos y apoyarlos en sus últimos días.

Que la vida nos sorprende: Me acuerdo mucho del caso del paciente que después de vivir y trabajar durante muchos años en Estados Unidos y planear meticulosamente su retiro, fue diagnosticado con un cáncer avanzado días después de regresar de su país, adonde había ido a supervisar la construcción de la casa de sus sueños. Le faltaba un mes para retirarse. Eso me enseñó que hay que vivir el momento, atesorar el presente y que como sabiamente dijo Mahatma Gandhi, en la vida, existen dos días que son una ilusión: ayer y mañana.

Todas esas lecciones aprendidas de mis pacientes han enriquecido mi vida. He aprendido que la familia debe ser el centro de la vida, que los amigos son muy valiosos como para descuidarlos, que la reflexión y la meditación son el alimento del alma. También he aprendido que es importante no guardar resentimientos y saber expresar nuestras emociones, y que un “te quiero” es probablemente la máxima expresión de autoestima.

Por último, mis pacientes me han enseñado a cuidar mi propia salud y a valorar las palabras “gratitud” y “compasión”.

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