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Usar el humor para combatir la demencia

Cómo una comediante le infundió nueva vida a una paciente consumida por la enfermedad de Alzheimer.


spinner image La comendiante Sue Ball (derecha) junto a Muriel Klein (izquierda), paciente de Alzheimer
Dani Klein Modisett (en el centro) con su madre Muriel y Sue, una comediante que trabaja con pacientes de Alzheimer.
BRINSON+BANKS

Después de haber vivido casi toda su vida en Manhattan, mi mamá se adaptó a la vida en la costa pacífica mucho más fácilmente de lo que esperábamos. A pesar de su lucha contra la enfermedad de Alzheimer, pasó los primeros diez meses en su nueva residencia para adultos mayores en Los Ángeles sin problema alguno. 

Entonces, más o menos al año de estar ahí, algo cambió. Llegaba a visitarla y la encontraba sentada alejada del grupo, su cabeza inclinada hacia el lado, sin fuerzas para contrarrestar la gravedad y con ganas de dormir. Cuando los demás le hablaban, ella con una mirada vacía miraba hacia la distancia. Había perdido su interés en las comidas, una de sus grandes pasiones. Comencé a dudar de mi decisión de mudarla del Upper West Side.

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Yo sabía de los servicios para adultos mayores que proveen compañerismo, programas con nombres tales como Visiting Angels, Senior Helpers y Good Company Senior Care. Pero deseaba algo distinto para mi madre de 84 años. Quería encontrar a alguien que la hiciera reír. Fui comediante profesional por años, pero cuando ella me mira a los ojos, solo ve a una hija con la cual ya no puede comunicarse. Decidí buscar en los medios sociales. "Busco a una persona cómica con interés en la geriatría. Trabajo remunerado. A tiempo parcial", publiqué. Dentro de pocos minutos sonó el teléfono: era una amiga de Nueva York. 

"Llama a mi amiga Sue. Ella es cómica, bueno era, ya no trabaja en ese campo. Ella desea trabajar con adultos mayores". Llamé a Sue inmediatamente. Ella tiene una de esas voces raras, mitad amabilidad, mitad honestidad. Concertamos una cita para que conociera a mi mamá. 

Presentaciones

"Mami, esta es Sue", dije, empujando su silla de ruedas para que pudiéramos sentarnos todas juntas. 

"¿Qué pasa, Muriel?", le preguntó Sue. Mi mamá se quedó mirando fijamente hacia adelante. Sin vacilar siquiera, Sue se movió para hacer contacto visual con ella. Mi mamá apartó la mirada. 

"No deseas hablar, ¿no es así Muriel?". Nada. 

"Comprendo", dijo Sue. "Algunos días yo tampoco deseo hablar. Cuando alguien insiste, pienso, 'Idiota, ¿acaso parece que quisiera conversar?'”.  

Mi mamá volteó la cabeza para mirar a Sue y se sonrió. Sue repitió lo que había dicho, esta vez con un poco más de ánimo. "Idiota, ¿acaso parece que quisiera conversar?". 

Mi mamá se sonrió aún más, entonces se rio y soltó un "¡idiota!" como un niño que se sale con las suyas. Miró a Sue para ver cómo reaccionaría. Sue se rio a carcajadas y entonces, como todo comediante, le ganó. "¡Oye, idiota! ¿Acaso parece que quisiera conversar?", le preguntó, con mucho vigor, como un personaje de The Sopranos

"¡Idiota!", gritó mi mamá, riéndose tanto que casi ni pudo decir la palabra. Miré a mi alrededor, sintiéndome un poco cohibida con toda esa palabrería: quizás los demás que se encontraban cerca no lo entenderían. Pero, las dos se estaban divirtiendo tanto. 

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Una comediante. Qué persona tan perfecta para este trabajo. ¿Quién mejor para estar en el momento, para hacer que alguien salga de sí mismo y, tras años ocupándose de espectadores molestos, no dejarse desanimar por la volatilidad de una persona en las garras de la enfermedad de Alzheimer, un trastorno del cerebro sin cura conocida que afecta a unos 5.7 millones de adultos en Estados Unidos? 

Tomaron una pausa para recobrar el aliento. "¿Quieres un poco de agua?", le preguntó Sue a mi mamá, ofreciéndole un vaso de agua. Ella asintió con la cabeza. Sue se lo llevó a los labios. Aparté la mirada, y me sequé una lágrima con un dedo: no tanto por tristeza, sino por uno de esos momentos "¡Ajá!" de Oprah. De pronto me di cuenta de que cuando la lógica, la memoria y el lenguaje se pierden, lo único que nos queda es el momento presente. Y el mejor regalo que se le puede dar a alguien en ese estado es hacer todo lo posible por llenar el presente de risas. 

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Contraté a Sue para que trabajara con mi mamá diez horas a la semana. Dentro de pocos días de conocer a Sue, comenzó a comer de nuevo. Hasta cuando Sue no estaba, mi mamá se relacionaba más con los demás, saludando con la mano y estirándola para ponerse en contacto con los ayudantes y otros residentes. Comenzó a cantar, no la letra de las canciones, pero tarareaba y se sonreía. Fue, simple y llanamente, algo extraordinario.

Hace aproximadamente un mes fui a visitarla, y mientras caminaba por el pasillo escuché la canción “I Get a Kick Out of You”, de Tony Bennett, que se oía a todo volumen desde la habitación de mi mamá, y entonces la voz marcada de Sue. Eché una miradita, silenciosamente, sin que ellas me vieran. Ahí estaba Sue, bailando un tipo de vals sola alrededor de mi mamá. 

"¿Qué te parece, te gusta cómo bailo?", le preguntó a mi mamá.  

"No", le dijo ella. Su estilo nunca fue muy cálido o cariñoso. 

Sue dejó de moverse y miró a mi mamá. "Ay, me has herido, Muriel", dijo ella. 

Y entonces oí algo que se parecía mucho a la voz de mi mamá. "Discúlpame". 

"Está bien", le contestó Sue. "Yo sé que esa no fue tu intención". 

"No", dijo mi mamá. Sorprendida por esta conversación, se me olvidó que se suponía que estuviera escondida. 

"Oh, hola", dijo Sue al verme parada del otro lado de la puerta.  

"Hola", dije. "Mi mamá acaba de pedirte disculpas".

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"Sí. Sí, así fue. ¿Verdad, Muriel? Solo nos tomó cuatro meses, ¿verdad Mutz?". (Mutz es el apodo que Sue le ha puesto a mi mamá).

"Creo que jamás la he oído pedir disculpas, por ninguna razón". 

"¿Ves, Mutz? ¡Sí es posible que los loros viejos aprendan a hablar!". 

"Loro viejo", dijo mi mamá, riéndose. "Loro viejo", dijo de nuevo. 

"Sí, somos un par de loras viejas, tú y yo", dijo Sue, riéndose con ella y luego dándole un beso sobre la cabeza. "Sin embargo, ¡me fascina estar contigo!", cantó ella. 

Ver cómo floreció esa relación durante esos meses —hecha más estrecha por las carcajadas— me ha convencido de que tantas personas, a cada etapa de la vida, podrían beneficiarse de pasar tiempo con una persona con el don del humor y de saber elegir el momento oportuno, para mostrarles que todavía es posible reír y sentirse vivo. Sentir, aunque sea durante ese breve momento de felicidad, que todavía no han terminado sus vidas; y eso es algo muy bueno. 

Dani Klein Modisett ha lanzado Laughter On Call para emparejar a los pacientes de Alzheimer con comediantes.

spinner image Comendiante con nariz de payaso divirtiendo a paciente de Alzheimer
Un Payaso para mayores entretiene a una residente de un hogar geriátrico con demencia en Sídney, Australia.
THE HUMOR FOUNDATION

El poder curativo del humor

La terapia con el humor puede ser tan eficaz como algunos medicamentos para controlar la agitación en los pacientes con demencia. Esa es la conclusión de investigaciones llevadas a cabo en la University of New South Wales en Australia. El estudio analizó la eficacia de los terapeutas profesionales de humor, llamados Elder Clowns (Payasos para mayores), que trabajan con empleados de los hogares de ancianos capacitados en la técnica, llamados Laughter Bosses (Jefes de la risa). Llevaron a cabo sesiones semanales de humor con pacientes, individualmente y en grupos, con métodos basados en la comedia improvisada, de manera muy parecida a los Clown Doctors (Payasos doctores), que trabajan en los hospitales de niños para levantar el ánimo de los pacientes y aumentar su interacción.

Según otro estudio publicado, realizado en la Escuela de Postgrado de Medicina de Osaka University en Suita, Japón, los efectos positivos del humor pueden durar por semanas después de una sesión de terapia.

A medida que los pacientes con demencia pierden su función cognitiva, pierden la capacidad de reírse y sonreírse, especialmente como herramienta de comunicación social. Pero algunos tipos de risa se conservan. Como explica el estudio japonés, algunos pacientes con demencia se sonríen o se ríen después de haber dormido o comido bien. También reaccionan con carcajadas o sonrisas cuando alcanzan una meta o les reconocen sus logros.

Pero los que padecen de demencia también pueden ofenderse por el humor. Los pacientes de Alzheimer pueden tener una sensibilidad elevada a los chistes, dado que saben que les cuesta trabajo comprender ciertas cosas. Aunque puedes menospreciar en juego a tus amistades, ese tipo de humor probablemente le parezca humillante o estigmatizador a una persona con Alzheimer. — Andrea Cwieka

 

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