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‘The Infiltrator’: Otra de Escobar

Brian Cranston, junto a John Leguizamo y Benjamin Bratt, vuelve al mundo del narcotráfico.


DIRECTOR: Brad Furman
GUION: Ellen Brown Furman
ELENCO:
Bryan Cranston, John Leguizamo, Diane Kruger, Benjamin Bratt, Yul Vazquez, Rubén Ochandiano, Juliet Aubrey, Amy Ryan y Olympia Dukakis
DURACION: 127 minutos  

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Se podría pensar en Robert Mazur, el protagonista de The Infiltrator, como una variación de Walter White, personaje legendario creado por Bryan Cranston en la serie de televisión Breaking Bad, pero la película es mucho más que eso. Si bien hay muchas similitudes entre White y Mazur, un agente federal estadounidense infiltrado en la red del narcotraficante colombiano Pablo Escobar en los años 80, The Infiltrator se sostiene por sí misma. La cinta dirigida por Brad Furman (The Lincoln Lawyer), tiene una historia emocionante con varios personajes bien delineados y una recreación de época estupenda; de hecho, la atmósfera estridente, de iluminación de neón en colores chillones, se puede ver como una proyección de la degradación moral de los maleantes y de su visión distorsionada de la realidad —teñida por el alcohol y los estupefacientes—.

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spinner image Bryan Cranston y John Leguizamo en una escena de la película 'The Infiltrator'
Bryan Cranston y John Leguizamo en una escena de 'The Infiltrator'.
Liam Daniel/Broad Green Pictures

The Infiltrator está basada en hechos reales narrados por Mazur en sus memorias, donde detalla la peligrosa misión que encabezó en 1986 para atrapar a miembros del Cartel de Medellín que se encargaban de “lavar” dinero Escobar en Estados Unidos. La primera vez que lo vemos en un boliche de Miami, Mazur (Cranston) está caracterizado como un vulgar y ostentoso pequeño narcotraficante: mascando chicle, con pantalones apretados, gruesas cadenas doradas y bigote exagerado. Cranston resulta tan convincente así como como cuando lo vemos en su verdadera persona: un serio y dedicado agente federal cuya esposa y dos hijos adolescentes son el centro de su vida. A Mazur se le encomienda una nueva misión mucho más importante: destruir la red financiera del sanguinario Escobar haciéndose pasar por un empresario que ofrece a sus operadores lavarles mejor su dinero.

La agencia de Aduanas encargada de la operación no escatima en gastos para hacer creíble al personaje que debe interpretar Mazur: Bob Musella, un empresario adinerado y corrupto. Para ello, lo provén no solo de un auto deportivo y mansión en la playa, sino de un una bella y joven colega (Diane Kruger) vestida en pieles y joyas carísimas para que interprete a su prometida. Es en esto donde The Infiltrator anota sus mejores puntos. Mazur es un hombre de familia que vive modestamente y ama a su nada glamorosa esposa (Juliet Aubrey), una que al igual que Skyler en Breaking Bad, dista mucho de comprender las partes más oscuras de su “trabajo”.

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Pero no solo el personaje de Mazur es interesante; todos los que lo rodean en su bando y en el contrario, están muy bien delineados y entre ellos hay varios latinos. John Leguizamo, el colombiano a quien es difícil creerle en un rol de “bueno”, está muy bien como el colega de Mazur, Emir Abreu. A pesar de su vulgaridad y pésimos modales, Abreu es un agente con convicciones y su único interés es detener a los villanos. En el bando contrario, Benjamin Bratt logra interpretar a Roberto Alcaíno, el operador más cercano a Escobar, como un hombre encantador y galante. Mención aparte merece Yul Vasquez como Javier Ospina, un bizarro personaje de sexualidad indefinida cuya delicadeza oculta una naturaleza cruel y depravada.

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Mazur se mueve entre estos personajes con ambigüedad. A pesar de saber lo que son, no puede evitar crear lazos afectivos. Todos le brindan su amistad sin reservas y a pesar de varios momentos de tensión en los que están a punto de descubrirlo, Mazur es tan convincente que terminan por acogerlo en su círculo. La plasticidad del rostro de Cranston nos permite vislumbrar esa conflictiva interna cuando representa (y vive) una realidad en apariencia encantadora, por un lado, y tan contraria a sus verdaderas intenciones, por el otro. Lo más extraordinario aún es que a pesar de ser un actor de carácter y un cincuentón que ni en su juventud se habría distinguido precisamente por su galanura, Cranston tiene tal presencia que se puede creer que su joven y guapa “prometida” se esté enamorando de él.

Para bien o para mal, los tiempos que vivimos de violencia descarnada por el tráfico de drogas han inspirado diversas obras de ficción que llegan a mezclarse y confundirse con la realidad;  ahí tenemos a Kate del Castillo cuya Reina del Sur dio pie a su vergonzosa relación con el “Chapo” Guzmán, el narcotraficante más buscado de México. En un nivel completamente distinto, en Breaking Bad, Cranston también creó el antihéroe de un apocado maestro que al saberse desahuciado, utilizó sus conocimientos de química para cocer metanfetamina y construir un imperio. La diferencia es que el serial nunca mostraba a Walter White disfrutando de lujos excesivos. El personaje mantuvo siempre su modesto nivel de vida y el dinero acumulado permanecía oculto; su destino era dejar a su familia protegida una vez que el cáncer se lo llevara. En todo caso, la vida de White nunca se presentaba como “antojable” para nadie.

No es —ni debería ser— la función de la critica artística emitir juicios morales, pero tampoco se puede ignorar el impacto real que ciertos trabajos pueden tener en detrimento de un ambiente social tan descompuesto como el que ha creado el narcotráfico. En ese sentido, The Infiltrator no hace una apología de los malos y sí muestra las consecuencias de llevar una vida vacía rodeada de lujos adquiridos con sangre.

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