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‘Darkest Hour’: La guerra interna

Gary Oldman encarna al Winston Churchill que no vemos en los libros de historia.


DIRECTOR
: Joe Wright
GUION: Anthony McCarten
ELENCO: Gary Oldman (Winston Churchill), Ben Mendelsohn (George V), Stephen Dillane (Lord Halifax), Kristin Scott Thomas (Clementine Churchill), Ronald Pickup (Neville Chamberlain) y Samuel West (Anthony Eden)
DURACIÓN: 114 minutos

El Winston Churchill de la primera parte de Darkest Hour esta más en línea con Falstaff que con Henry V: más cómico trágico que estadista. En la segunda —cuando la amenaza de Hitler se vuelve inminente— el Churchill de los libros de texto cobra vida. Prodigioso en ambas vertientes, Gary Oldman, el encargado de encarnarlo, es físicamente la antítesis del sesentón regordete. Aunque de entrada parecería descabellada, es en la audacia de esa elección donde reside lo mejor de la película. Es imposible no pensar en Oldman, el actor, por encima de Churchill, la figura histórica, y esa es precisamente la idea. Oldman es en su persona actoral idéntico en intensidad, inteligencia y arrojo al líder británico, por lo menos a la versión de él que quería Wright. Compartiendo un pasado imperfecto con Churchill, Oldman además parece también haber destilado las pasiones de una juventud de excesos poniéndolas al servicio de su oficio. La apuesta de Wright es que Churchill mismo era un actor al que le tocó subir al escenario en una de las obras más grandes de la historia.

Mayo de 1940. Las tropas de Hitler siguen avanzando impunemente por Europa. Gran Bretaña está quedándose cada vez más sola en su resistencia a la amenaza nazi. En el parlamento, el partido de oposición denuncia la política de apaciguamiento del Primer Ministro Conservador, Neville Chamberlain. El 9 de mayo Chamberlain es obligado a renunciar. El único miembro del partido Conservador al que los Laboristas aceptarían para encabezar un gobierno de coalición es Churchill. Mientras se debate el porvenir de Europa (y del mundo entero) en Westminster, el futuro primer ministro brilla por su ausencia. Indisciplinado como era, Churchill había faltado a la sesión parlamentaria más importante de su carrera. Al día siguiente los periódicos llevan en su primera plana la noticia de la renuncia de Chamberlain y el nombre de su posible sustituto. ¿Y dónde se encontraba el susodicho? En la cama. En la primera de varias secuencias cargadas de ironía, Wright nos muestra a un sirviente que plancha en la cocina el diario donde se anuncia la inminente nominación de Churchill antes de llevárselo con la charola del desayuno. Es casi mediodía y Churchill, fiel a su costumbre, acompaña sus huevos y tocino con una copa de whiskey.

Gary Oldman como Winston Churchill en la película Darkest Hour

Jack English/Focus Features

Gary Oldman en una escena de la película 'Darkest Hour'

Su leal esposa, Clementine, irrumpe excitada en la habitación diciéndole: “¡Al fin ha llegado el momento que esperabas desde que eras joven!”. “No”, le contesta él. “Desde que estaba en el kínder”. Churchill tiene que acudir al palacio de Buckingham a recibir oficialmente el puesto de primer ministro. Se encuentra algo nervioso puesto que sabe que el rey George V le hará el ofrecimiento en contra de sus propios deseos. “Sólo sé tu mismo”, le aconseja Clementine. “¿Cual de todos?”, le contesta él mientras decide qué sombrero ponerse de los múltiples que tiene. Y en verdad han sido muchos los oficios que ha ejercido Churchill: oficial del ejército en la India, Sudán y África; corresponsal de guerra; ministro de diferentes carteras en gobiernos liberales y conservadores; historiador, escritor y pintor. Aunque estuvo alejado de la política durante los años 30, siempre hizo publica su férrea oposición a Hitler.

Ese primer Churchill es presentado como un hombre caprichoso, infantil e indisciplinado, pero brillante y ágil en sus duelos verbales: un pícaro adorable. Cuando el rey le propone que se reúnan una vez a la semana para discutir las políticas de guerra y le sugiere los lunes a las 4 p.m., Churchill le contesta: “No puedo porque es la hora de mi siesta”. Incrédulo, el monarca le pregunta: “¿Esta eso permitido?” “No sé, pero es necesario porque me duermo tarde”. Cuando se ven para almorzar, Churchill pide un whiskey. El rey, escandalizado, le pregunta cómo puede tomar alcohol tan temprano y Churchill le responde: “Se requiere mucha práctica”.

El rey no está solo en su desaprobación de Churchill. Para dar un panorama de la pésima impresión que tenían de él los miembros de su propio partido, la cámara sigue diferentes conversaciones por los pasillos de Westminster. Se habla de su desastrosa intervención en Galípoli, de sus equivocadas políticas monetarias como Ministro de Hacienda, de su oposición a la independencia de la India. Alguien por ahí se atreve a defenderlo diciendo: “Por lo menos tuvo razón con respecto a Hitler”. Sí que la tuvo y es en ese punto en el que Darkest Hour eleva la figura de Churchill de ser un bufón al que nadie toma en serio al estadista que recuerda la historia.

Darkest Hour destaca la heroica guerra que Churchill libraba dentro de su propio país mientras era atacado por un enemigo externo. Todos buscaban derrocarlo por su absoluta renuencia a negociar la paz con Hitler. Pero Churchill jamás cejó en su lucha por evitar a toda costa pactar con los nazis. Con su brillante oratoria, el primer ministro mantenía el animo de los ingleses en frecuentes transmisiones de radio. “Es sólo un actor enamorado de su propia voz”, decían sus adversarios. Y tal vez, de no ser por sus extraordinarias dotes histriónicas, el pueblo británico no lo hubiera podido seguir cuando a cambio de hacer lo que era moralmente justo, solo les podía ofrecer “sangre, sudor y lágrimas”.